Albert Serra y su Història de la meva morte. Así como alguna vez el prolífico y explotativo William Beaudine supo cruzar a Billy the Kid con el Conde Drácula y antes a Jesse James con la hija de Frankenstein (así como suena, no pregunten por qué la hija, vean la película), esta vez Serra imagina un improbable escenario en el que se cruzan las historias del transilvánico conde con las del escritor (y amante bon vivant o al revés) Giacomo Casanova. La primera parte de la película, no sólo repite viejas formas exitosas del cine de Serra, sino que también eleva la apuesta, mostrando las charlas a priori anodinas de un escritor amante de las palabras y los libros con su sirviente. El segmento dedicado a Casanova, es lo mejor de la película y nos hace creer que el reciente premio a mejor película que cosechó en Locarno, estaba más que justificado. Esta primera parte es luminosa incluso en sus más oscuros momentos fotográficos (increíble trabajo de Jimmy Gimferrer, Àngel Martín y Artur Tort, pero aquí no estamos para aplaudir técnicos), que logra imágenes muy difíciles hoy en día de ser respetadas (y reproducidas con justicia) por las actuales calidades técnicas y sus digitales formas de entender el cine y su proyección. En esa primera parte, repito, está lo mejor de la película y uno de los mejores momentos de todo el cine de Serra, un viaje en carreta por el bosque más verde que se haya visto en el cine (un verdor que relaciona la película con los paisajes de Valdivia) y que en su belleza, extrañamente, corta a la película en dos. En ese preciso momento, por motivos inexplicables, la mayoría del público abandonó la sala (marca de agua y especialidad de la factoría Serra), obviamente, los cinéfilos más duros (y críticos y jurados) permanecieron fieles hasta el final, a pesar de que el horario (llegando a las 24hs. horario favorito de las criaturas de la noche) hacía difícil mantenerse despiertos y con los sentidos alertas. Pero a Serra se lo quiere, aunque sea porqué hace enojar al enemigo. La segunda parte de Història de la meva mort, cuando hace su aparición el Conde Drácula (que aquí se pasea tranquilamente a la luz del día), es quizás lo más flojo de la película, aunque también de lo más extraño en toda la filmografía de Serra. Las contraposiciones entre la figura de Casanova y Drácula son muy obvias y este tipo de lecturas e interpretaciones es algo que el cine de Serra nunca necesitó. En esta segunda parte, en donde el mal se adueña de la película, es donde el film se transforma en un objeto tan extraño como discutible. Y es algo que va más allá de algunas ridículas escenas protagonizadas por el conde de marras. Sobre todo después del tan criticado, y tomado a la sorna, Drácula 3D del grandísimo Dario Argento. En fin, ya tendremos tiempo de seguir hablando de Serra y su nueva película.
Un programador argentino, de un festival que comparte con Valdivia los lobos marinos y los perros callejeros, me asegura que la película será (serrá) vista en el festival que programa. El problema, al fin de cuentas, es uno de las batallas eternas del cine. El verdadero monstruo no es otro que esa bestia siempre sedienta de sangre llamado cine de qualité. Un monstruo que está siempre esperando y observando a los directores a través de las ventanas, eternamente dispuesto a ser invitado para arruinar filmografías a pura maldad, gestos crueles, vestuarios de épocas y pelucas platinadas. La mayoría de los directores (Bonello con L’Apollonide quizás sea una excepción), al enfrentarse a esta bestia negra suelen terminar esclavizados a un cine que, a pesar de estar muerto hace años, aun se pasea vivito y coleando, siendo respetado y admirado por todo el mundo. Premios locarnianos incluidos.
La comparación con el conde Drácula (y cualquier criatura vampírica) es demasiado obvia, lo acepto, pero aquí terminamos la discusión por ahora, ya que el sol empieza a asomarse por la ventana del hotel y este joven cronista debe, luego de acomodar su negra capa, volver a sus aposentos.
Marcelo Alderete
Fotos: Sung Kyoung Moon