Escribí hace tiempo (y lo repito, ya que el público se renueva…) que Cannes es el mejor y a la vez el peor de los festivales de cine. La primer parte de esta afirmación responde a su historia y su halo mítico. Algo que Cannes logró a través del tiempo y que ningún otro festival supo o quiso (hay una decisión política detrás de cada festival) construir. Este lugar hace que todo el mundo quiera ser parte del festival. Desde los consagrados hasta los noveles. El ganador de la Cámara de Oro, Benh Zeitlin, director de la discutible pero visualmente impactante Beasts of the southern wild, al recibir su premio, llamó al festival “El templo”. Este espacio de centro del mundo cinematográfico, lugar en el que hay que estar, punto de partida de la agenda del resto de los festivales de cine del mundo, transforma a Cannes en algo más. Un lugar en donde conviven las más personales de las obras con el último producto de marketing hollywoodense. Un mercado atendido, en algunos casos y cada vez menos, por artistas. Hoy en día no está bien visto escandalizarse por esto, al contrario, es algo aceptado, una forma de sobrevivir, y no solo de los festivales. Ya nadie apuesta por el extremismo. Y Cannes, con una película-escándalo por edición, ya tiene cubierta su cuota de riesgo. Así están las cosas por ahora.
La parte mala incluye o se desprende de la parte buena. Al analizar los títulos seleccionados, uno se da cuenta que la calidad intrínseca de las películas no es lo prioritario. Tratar de discernir los criterios artísticos de Thierry Frémaux, su agenda, es algo que todos los críticos intentan en algún momento dilucidar con resultados casi siempre poco satisfactorios. ¿Cómo justifica Frémeaux la inclusión de películas como The taste of Money de Im Song-soo o The paperboy de Lee Daniels? No lo hace. O le encuentra méritos y justificaciones dentro de la lectura final y total de la programación. Quién mejor que él, parece decirnos, para explicarnos lo que pasa en el mundo del cine. Aunque para hacernos entender eso, sea necesario mostrarnos también ejemplos mediocres. Lo dicho, la selección de Cannes es algo difícil de discernir. Y todo esto sin considerar los gustos personales y/o caprichos. Quizás, en esta parte tan humana se encuentre la respuesta a casi todo. Pero imposible enfrentarnos a esto. La desazón sería demasiado grande.
Entonces, vamos con el Palmarés, que fue el siguiente:
Palme d'Or:
AMOUR (LOVE) dirigida por Michael Haneke
Grand Prix:
REALITY dirigida por Matteo Garrone
Mejor director:
Carlos Reygadas por POST TENEBRAS LUX
Mejor guión:
Cristian Mungiu por DUPÃ DEALURI (BEYOND THE HILLS)
Mejor actriz (compartido):
Cristina Flutur y Cosmina Stratan por DUPÃ DEALURI (BEYOND THE HILLS) dirigida por Cristian Mungiu
Mejor actor:
Mads Mikkelsen por JAGTEN (THE HUNT) dirigida por Thomas Vinterberg
Premio del jurado:
THE ANGELS' SHARE dirigida por Ken Loach
Empecemos por el principio. Amour de Michael Haneke. Desde su primera proyección ya fue la favorita para llevarse la Palma de Oro. Hay algo indiscutible en esta película. Desde su historia (una pareja de ancianos enfrentando la muerte de uno de sus integrantes), sus actores Jean Louis Tringtignant y Emmanuelle Riva, su puesta en escena, todo. Inclusive cierto humanismo que no suele aparecer en el cine de este austriaco, más acostumbrado a mirar a sus personajes desde cierta distancia y altura. Pero es toda esta grandeza previa lo que termina funcionando en contra. Mas que nunca vuelve a ser pertinente Manny Farber y su teoría del arte (cine) elefante blanco, un cine que exige para sí mismo toda la grandeza del arte en mayúsculas vs. el arte termita, representado por películas que se mueven en el margen, cerca de los géneros considerados menores. (Digo esto simplificando de manera brutal las ideas de Farber). Amour es, sin dudas, un representante perfecto de lo primero. Haneke continúa algo que, de manera menos lograda, comenzó con La cinta blanca (2009). Esto es, trabajar en el género de “la obra maestra” y ubicarse con una sofisticada prepotencia en el parnaso de los maestros del cine. De alguna manera, Amour, es la película perfecta para ganar en Cannes y en cualquier otro festival del mundo (Oscar incluido). El cine de qualité, cambia de forma y vuelve a atacar, siempre.
Por otro lado, para el jurado era la película de consenso frente a otras propuestas más arriesgadas y personales. Amour, obviamente, fue comprada por un distribuidor argentino. Inclusive antes de alzarse con la codiciada Palma. Lo que habla una vez más de la obviedad de todo el asunto. Amour exige su lugar de película importante y lo hace con mejores armas que las usadas anteriormente por Haneke, no suena a poco, y sin embargo... Volveremos sobre esta película (Por amor, creo que será su título local) una vez que se estrene en las salas argentinas.
Como suele ocurrir en los últimos años, la programación de la competencia oficial de Cannes estuvo armada mayormente con directores consagrados o de cierto renombre (merecido o no): Michael Haneke, Abbas Kiarostami, David Cronenberg, Hong Sang-Soo, Wes Anderson y Leos Carax con su sorprendente reaparición.
Este año, esa primera línea cumplió con creces. Y presentaron películas notables por una u otra razón. Haneke inclusivo, hay que decirlo. Demostraron un cine vivo y que en algunos casos plantean nuevos horizontes para las obras de sus respectivos autores.
Una segunda línea, compuesta por quienes de hacer bien sus deberes terminarán siendo parte de la elite (aunque a veces puedan terminar olvidados con el tiempo, o con una carrera más o menos exitosa, pero que, seguramente, poco aportará a la historia del cine). Ellos fueron este año: Carlos Reygadas, Matteo Garrone, Cristian Mungiu, Jeff Nichols, Ulrich Seidl, Sergei Loznitsa y en (muy) menor medida, Thomas Vinterberg, Jacques Audiard y Walter Salles.
Haneke (cuando era bueno) supo pertenecer a esta categoría, hasta finalmente lograr el buscado ascenso.
Este segundo grupo, que por otra parte arrasó con el palmarés, no estuvo a la altura. Ninguno de ellos, cada uno con sus respectivos, (y en algunos casos ya repetidos) recursos y universos particulares, lograron superar obras anteriores, y mostraron un alarmante estancamiento, cuando no retroceso. Con algunas excepciones, para bien o para mal, sobres las cuales retomo más adelante.
Y una tercera línea dedicada a nombres ignotos, de ser posible, de algún país con no mucha tradición cinematográfica. Posibles futuros descubrimientos de Cannes, lugar de donde deberían provenir los nuevos nombres. Este grupo, directamente, no existió. O, aún peor, estuvo compuesto por películas menores en todo sentido, que apenas si lograron ocupar un lugar de relleno. No sé trata de un cine menor o de baja intensidad, sino de un cine directamente irrelevante.
Cannes, como casi todos los festivales del mundo últimamente, no hace otra cosa que perpetuar el status quo del mundo cinematográfico y logrando hacer cada vez es más difícil el acceso a nuevos directores. Un club de amigos, con todo lo que esto implica.
Las excepciones para bien o para mal que mencioné anteriormente, fueron los siguientes:
Empecemos por Thomas Vinterberg. El único lugar en donde su cine parece tener alguna relevancia es en Cannes. Así y todo, The hunt es una mejora en relación a esa infamia llamada Submarino (2010), película en la que el danés se enlistaba en esa secta de directores que asesinan bebes (a veces niños) para hacer avanzar dramáticamente sus películas. No hay más aquí que un director con “alma de ejecutante”. Algo que por estos lados, parece ser visto con buenos ojos. De todas maneras, el premio a The hunt fue a su actor. Un premio menor, sin dudas y detengámonos acá: pocas cosas más tristes que la gente de cine hablando de actuaciones.
Ulrich Siedl, inicia con Paradise: Love –dice-, una trilogía sobre tres mujeres de una misma familia que toman vacaciones por separado, o algo así. Ante cada obra de este señor uno abandona toda esperanza ni bien comenzada la película, y esto vuelve a ocurrir con el primer plano de Paradise: Love pero, extrañamente, con el pasar de los minutos la historia de una señora cuarentona en busca de sexo (y algo de amor) de unos vigorosos muchachos negros en las playas de Kenya, una historia que hace prever lo peor, llega hasta lograr ciertos momentos de humanismo. Inclusive cierta mirada cariñosa y nada despectiva, ni juzgadora, algo impensable en trabajos anteriores de Siedl.
Hay más en esta película: turismo sexual, relaciones de clase, temas raciales, todo lo suficientemente complejo como para no dedicarle más tiempo y espacio. Por ahora digamos que cierto cariño que muestra Siedl sobre su personaje protagonista, ya es suficiente para lograr, quizás, su mejor obra.
A Carlos Reygadas, y su Post Tenebras Lux, le toco el lugar del escándalo. Espacio que supieron ocupar en otros años, y no siempre por motivos cinematográficos, obras tan dispares como Melancholia (2011) de Lars von Trier y Vincent Gallo con su notable y ya mítica (exageremos en nombre del cine) The brown bunny (2003). Como se ve, gente complicada.
Post Tenebras Lux cuenta de manera episódica la vida de una familia mexicana. Su forma narrativa escapa a todas las convenciones y, de alguna manera, remite a The tree of life (2011) sin dinosaurios, pero con un diablo. Reygadas dice haber filmado antes su película y habrá que creerle. Otro punto de comparación, o posible referencia o pista, podrían ser algunas de las películas de Jonas Mekas. Cierta idea de registrar instantes personales, escenas familiares, momentos a priori anodinos, y transformarlos en cine. Una gran diferencia es que en Mekas la maquinaria cinematográfica no existe (producción, equipo técnico, etc.) y sí en Reygadas.
La película fue recibida en su primera función para la prensa con abucheos (ay críticos, vergüenza debería darles…). Lo cual, obviamente, despertó la adhesión enfervorizada de otros sectores del gremio. La típica película que a la hora de las puntuaciones (las benditas e irritantes estrellitas) sus votos se polarizan entre el 1 y 10, con pocas paradas en el medio. Reygadas es un cineasta inasible, autor de obras tan disímiles y enfrentadas como Batalla en el cielo (2005) y Stellet licht (2007) Un director con un universo tan personal y propio que se hace difícil, a veces, contextualizarlo. Mucho más frente a la velocidad que imponen los festivales a la hora de emitir juicios.
Su película junto a la de Leos Carax fueron las obras más arriesgadas en un festival, ya lo dijimos, cada vez más adocenado. Ese fue su merito, y quizás también su límite. No es Reygadas un director inocente (tampoco debería serlo, claro), ni mucho menos lo es su cine. La libertad que muestran por momentos sus imágenes, se ven a veces frustradas por cierto calculo. No hay ingenuidad, ni una escritura surrealista en escenas como en las que aparece el diablo o en la que un personaje se arranca –literalmente- la cabeza. Otra de las películas sobre las que habrá que volver.
Poco hay para decir de Ken Loach y su The angels’ share. Sus últimas películas solo están logrando socavar su obra anterior. Ya nada queda de aquel cineasta (aunque fue hace mucho tiempo, alguna vez lo fue) autor de Poor cow (1967) o Kes (1969). Ni siquiera quedan rastros de ese héroe de la clase trabajadora que a principios de los 90 realizaba simpáticas y combativas películas como Riff raff (1991). Hoy se trata de un director oficialmente consagrado. El que más películas tuvo en la competencia oficial del festival de Cannes en su historia, dicen los fríos números. Lo que se desprende de ese dato, no es algo bueno. Hoy en día, Loach es el portavoz oficial de una Inglaterra que en la superficie, parece haber hecho las paces con sus propios demonios. Quizás Loach no hace otra cosa que confirmar la maldición que Godard echara alguna vez sobre el cine made in UK. Lo seguro es que sus películas se alejan cada vez más del cine, o peor, cada vez perfeccionan más algo que podría definirse como mainstream de autor. Un cine narrativo y simpático, lo suficientemente bien realizado como para no dar vergüenza y funcionar –al menos durante los festivales de cine- como remanso y alivio frente a un cine más arduo. Es el final terrible al que suele conducir eso llamado “el cariño del público”. Como siempre, como casi todo, se trata de una cuestión de elecciones. Ken Loach ya las hizo y logró adaptarse y aceptar con una sonrisa, un mundo que antes había mostrado como terrible. Al hacer esto, eligió quedarse del lado de los poderosos y desde ese lugar ejercer su paternalismo, no solo con sus personajes, sino también con nosotros.
Debería decir algo de Matteo Garrone y Reality, pero el paso del tiempo y el cansancio con el que vi la película, solo logran que recuerde un constante fastidio por esta historia de un participante de reality show. Como suele ocurrir con la televisión y sus fenómenos, el cine parece no tener nada que decir al respecto. Pido disculpas al señor Garrone, será en otro momento.
Jacques Audiard, quien después de llamar la atención mundial con la poderosa Un prophète (2009), intenta esta vez realizar un melodrama brutal y solo termina logrando una película bruta, en el peor de los sentidos, con De rouille et d’os. El año pasado nos indignábamos con la inocencia nostalgiosa prefabricada de El artista (2011), ahora viene Audiard para confirmarnos que todo puede ser peor.
Hay que agradecer al jurado no haber caído en ninguna justificación localista e ignorarla olímpicamente a la hora de los premios.
Lo que no hay que perdonar a este jurado, es haber dejado de lado los mejores trabajos de esta edición. Hay que ser demasiado ciego para no ver los méritos de Like someone in love de Kiarostami, película que solo en su primer plano secuencia ubica a su director muy por encima de sus premiados colegas. O el inesperado retorno de Leos Carax con la sorprendente y vital máquina narrativa que es Holy motors. Ni que hablar de esas enormes miniaturas que son In another country de Hong Sang-Soo (a esta altura, y sí, hay que repetirlo, el mejor director del momento) y Moonrise kingdom de Wes Anderson. O el fin del mundo visto a través de los vidrios de una limusina que gira por la noche en Cosmopolis del inefable David Cronenberg. Todas ellas geniales muestras del talento (y dominio de sus recursos y universos) de sus respectivos directores.
La lluvia que acompañó a casi todas las jornadas del festival se justificó al final: eran las premonitorias lágrimas de los cinéfilos sospechando lo que sería el palmarés final.
Así termina, una vez más, otra edición del festival de Cannes. El secreto de su programación sigue sin revelarse. Quizás por estar tan a la vista.
Y llegamos, ya era hora, al final de estos Pecados Canninos. Es momento de los agradecimientos.
Todo esto no hubiera sido posible sin la ayuda, colaboración y apoyo de las siguientes personas:
Encerrados afuera, por el espacio y la confianza. No solo me dejaron entrar a su casa, me dieron las llaves y me dejaron hacer lo que quisiera. Lo cual me produjo orgullo, claro está. Y debería decir responsabilidad, pero no creo que esta gente conozca el término de esta palabra. Por algo nos llevamos tan bien.
Pablo Conde, quien se encargaba de subir, adornar las notas y soportar mis reclamos de diva al ver que a veces tardaban más tiempo del que creía necesario. Pablo, you complete me...
Y last, but not least, a la imprescindible Cecilia Barrionuevo, quien se encargaba de recibir mis textos (ilegibles mamotretos) y con paciencia absoluta desentrañaba significados, corregía ortografías y aclaraba conceptos hasta transformarlos en algo decente. En síntesis (y le robo esta idea a alguien, pero no importa), hizo todo menos escribir estas notas. Cada uno de estos Pecados Canninos debería haber llevado las firmas de los dos. Que no haya sido así, es una injusticia de mi parte. Te prometo, Ceci, que en un futuro no muy lejano me voy a comprar un diccionario de ortografía y otro de gramática para hacerte la vida más fácil. Ya que esta parece ser tu tarea en mi vida, hacerme todo más fácil. Y mejor, claro.
Listo, hasta aquí llegamos. Me despido de estos Pecados Canninos que tantas alegrías me dieron. Terminar cada jornada contándoles a ustedes todo lo que había visto y hecho, funcionó como un cable a tierra y me ayudó a mantener la cordura en un lugar y momento en donde esto hace mucha falta. Para una persona como yo, no es poco. Al contrario.
Hasta luego entonces.
Marcelo Alderete (quien pronto volverá con nuevas aventuras).
Continuará...