Me pasé toda la película tratando de imaginar cómo se habrían visto, oído, sentido esas escenas si hubieran sido filmadas en China, protagonizadas por chinos, habladas en chino. Y, la verdad, es imposible saberlo. Quiero decir, ¿hasta qué punto "lo chino" -o lo oriental, o lo otro- es un factor de atracción para el fan occidental de Wong Kar Wai? La deliciosa melancolía de Con ánimo de amar, por ejemplo, si la trasladásemos al Londres de Jude Law y Natalie Portman, ¿qué tan lejos quedaría de un bodrio mayúsculo como Closer?
Las primeras escenas, filmadas casi exclusivamente en un bar, me hicieron pensar -con nostalgia- en Chunking Express. Nostalgia: eso que hace que, pasado el tiempo, las cosas que eran sencillamente buenas se vean como buenísimas, ideales, inalcanzables. De eso termina hablando esta peli, en una fábula chiquitita acerca de por qué tenemos que ir tan lejos para estar acá, para decirlo en términos de García. Irse lejos para saber que la vida propia no es tan mala y que los pueblos y rutas americanos son tan feos que si uno tiene la suerte de ser de New York, mejor quedarse en New York.
Me gusta, aunque sea un esquema clásico, la historia: chica con el corazón roto se lanza a la carretera para buscar una nueva vida, cualquiera. Me gusta que se llama Elizabeth y eso le permite probarse distintos nombres mientras es nadie en ningún lado: Lizzie, Betty, Beth, siempre con cartelitos en su pecho de mesera amateur. Y me gustan algunos enfoques muy Wongkar, algunas imágenes de trenes pasando y cielos a punto de amanecer. Pero el resto es puro cliché americano: bares llenos de borrachos violentos, gente que desayuna special nº2, rutas, apuestas, vendedores de autos. Me hace pensar en canciones de Dylan, de todos los Dylan reales y apócrifos: the highway is for gamblers, better use your sense. Y no, Norita Jones no es Dylan. No da la talla. Sus canciones serán muy lindas pero les falta, suenan demasiado easy listening para lo que se quiere contar. Y ella también, siempre con la misma cara; termina siendo una especie de Amelie, una optimista sin motivo. Ahí es cuando pienso que quizás en una actriz oriental lo de "siempre con la misma cara" hubiera sido "misterioso". Está bien, Wongkar, te gustó la piba; pero hay algunos planos demasiado babosos, demasiada crema en esos labios que no se sostiene en la narración.
Y después viene un despliegue innecesario de reparto. Rachel Weisz viene a poner las cosas en su lugar, como si dijera mirá, Norita, esto es dar bien en cámara. Corte, a otra ciudad y Natalie Portman pone cara de Sharon Stone en Casino y se hace la chica mala. Está bien, Wongkar, está bien que te gusten las chicas occidentales; probá filmándolas en Oriente, como Sofia Coppola.
Aciertos: me gusta, por una vez, ver a Jude Law como un pibe vulnerable, pobrecito, un poquito fracasado. Ya era hora. Y me gusta que sea una película epistolar, como si sucediera en una dimensión levemente paralela, igual a esta pero sin e-mail y casi -casi- sin teléfonos celulares. En una dimensión donde uno se va y no lo encuentran en el facebook ni en ningún puto lado. Me gusta que sea una película que cree en irse, pero me decepciona lo que se encuentra al salir. Wongkar, aprendé de vos mismo y volvé a casa.