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sábado, enero 15
Patagónicas II
Fuimos a ver un mecánico chacarero y chúcaro. Me hacía acordar a García en una versión sureña; más áspero y pagado de sí mismo. García era más estilo oráculo; este podría ser Dr. House. Lo primero que dijo es que andaba corto de tiempo. Roberto logró interesarlo diciéndole que era una camioneta especial, casi de colección, lo que era verdad por otra parte. Una camioneta enorme como un pequeño camión que heredó de su suegro. Una versión hecha en Argentina de un particular modelo de Ford de principios de los ochenta. A mí me parecía la camioneta de Brigada A. El tipo aflojó y le dijo que la lleváramos la mañana siguiente. Cuando el día siguiente llegamos, cinco minutos antes del horario acordado ya había otro cliente esperando. Trató con el tipo y después nos miró sonriendo; no había dicho ni buen día. No tenés vergüenza le dijo un poco a Roberto y un poco al aire. Esta no es una Ecoline. Se parece dijo Roberto mirándome. Se parece como vos te parecés a Brad Pitt. Así y todo se acerco a verla. Ecoline repetía, así como sonaba, Ecoline. Para empezar la Ecoline es chata. Se reía. Llegaron otros tipos y empezaron a comentar el show de anoche en la tele. Después mecharon con otro programa de automovilismo y nombraron a la Cicciolina. Nos desconcertó un poco; con Roberto, tratando de reconstruir la conversación más tarde, llegamos a la conclusión de que la Cicciolina tendría que ser un corredor de autos. Nos pidió que abriéramos el capot. Hizo pruebas con un pucho en la boca. Estaba vestido con la misma ropa de ayer. Barba blanca a lo Marx, camisa y pantalones de jeans (la camisa cortada las mangas con una tijera a la que te criaste) una camiseta blanca deshilachada debajo, ojos muy claros que resaltaban desde el fondo de la barba. Para ser un mecánico estaba muy limpio, como si pudiera arreglar autos a base de sarcasmo y conceptos de mecánica. Inspiraba respeto y uno podría creer que era tan bueno en arreglar autos como en domar caballos, carnear animales o en la discusión política. Finalmente, luego del verdugueo, concedió que era una linda camioneta, que habían hecho un buen trabajo. Roberto le recordó que habían hecho solo cien en el país. El no había visto ninguna reconoció y fue un punto para nosotros. La verdadera Ecoline había entrado al país como ambulancia y tiene unos faros distintos, con solamente dos colores, no como la Ford nueva. Nos pidió que volviéramos a la tarde. Lo que había dicho el otro mecánico estaba mal y no era cambiar el repuesto. Como a García, eso lo alegraba, le aseguraba que él tenía razón y los otros no. Zermoglio, así se llamaba el tipo, pertenecía a la raza de los que construyen razones, de los que la vida los acostumbró a tener razón en contra de todo pronóstico. Volvió a decir tenés una linda camioneta. Le preguntó después a Roberto porque no se compraba una Toyota. Fuimos a la tarde como nos pidió. Se tomó su tiempo para empezar pero después de cinco minutos había resuelto el problema. No quiso cobrar aunque insistimos y después estuvimos escuchándolo por media hora. Nos tenía hipnotizados es verdad, pero era también el precio del arreglo. Dijo que no atendía el teléfono y que nunca había ido más lejos que Rada Tilly. Dijo que su mujer estaba en Buenos Aires porque una hija se le había querido ahorcar. Dijo que se había salvado pero que por su culpa hacía tres semanas que comía milanesas. Ni un canelón, nada. Pura milanesas. En algún momento nos fuimos. Mientras el tipo hablaba se habían sumado otros personajes en silencio. Otro tipo que también había llevado su auto esperó la media hora en cuclillas. Le hacían la corte. Le pregunté por un guía que conocía de la zona. Dejalo ahí me dijo. Que se yo, no me gustan los que viven del gobierno, sentenció y dio otra pitada. A mí tampoco me gustan los que viven del gobierno pero Loli me caía bien y estoy seguro que no es de esa clase. No es de los que creen que el gobierno les debe plata. Hacía años que no lo veía. Loli me enseñó cosas también; que no se puede andar por el campo con miedo a embarrarse las zapatillas, que no se puede subir a un bote con miedo a darse vuelta; que hay que cruzar el alambrado y encarar. Te vas a embarrar, vas a conocer al agua fría, te vas a caer del caballo; ¿Y?
Había viento. Se podrán construir ciudades, pavimentar las calles, levantar casinos, así y todo sigue siendo la estepa. Durante toda la ruta le hablé a Roberto de que quería comprarme un kayak, de que esté verano que pasó nos largamos al Paraná y que cuando nos acercamos al río desde los canales el agua temblaba como si pasara una manada de quinientos elefantes. Le comí la cabeza. Llegamos a la casa de la prima y allí había un Kayak para nosotros y no solo fui bienvenido sino que me esperaban. Después de ver al mecánico gurú subimos el bote al Renault de Víctor y nos fuimos a la laguna. Estaba algo picada pero mucho menos de lo que esperábamos. Nuestro premio a la decisión de salir como sea. Eso también me lo enseñó Loli. En la orilla un toro grande mugía como loco. La luz era extraña. Las estaciones van para atrás, en lugar de llegar el verano vuelve el otoño. Dimos una vuelta entre los patos. Volvimos contentos, mojados y con frío. Roberto esperaba con Mate, las chicas se quedaron haciendo tortas. En algún rincón de mi cabeza revolotea el pensamiento que en algún momento tendré que volver, que no puede seguir así todo el tiempo, que en algún momento la laguna va estar tan picada que será imposible entrar.
Dj malhumor
viernes, diciembre 10
En Patagonia
El Chaltén amaneció con la nieve en los talones. Tan feo estaba arriba que los cóndores volaban bajo, casi sobre las cabezas. Todo es ya pasado. Los que estaban dando la vuelta al hielo ya fueron rescatados. Uno no pudo hacerlo y murió de frío, literalmente, se congeló. Me enteré que estaba pasando mientras pasaba música en un bar después de bastante tiempo que no lo hacía. Los rumores empezaron a escucharse en el local. En el pueblo llovía y arriba nevaba, el viento había sido tan fuerte que se llevó un campamento entero; carpas, bolsas, equipo, todo. Tenían que pasar la noche en una cueva de hielo. Placebo versionando a los Pixies fue la canción de la noche. Dónde está mi mente. Volando lejos. Había caras de preocupación y el conocimiento de que pueda pasar y había pasado, que son las reglas. El día que siguió encontré por fin a Ceferino. Ceferino está en mi top five de personas especiales. Otro es un amigo psiquiatra que tocaba la guitarra con una careta para que no lo reconocieran los pacientes; otro es el loco Andreas perdido en el salar del hombre muerto; otro es García recorriendo Uruguay a caballo; otro es Federico que se crió en un circo y el primer día que lo conocí, en la casa más antigua de Paysandú, en un mirador al río, me leyó primero un discurso de Krishnamurti y al día siguiente una carta de su padre dirigida a él y su hermano mellizo cuando tenían unos diez años, no recuerdo palabras más emocionantes; otro es Banksy, un tipo que escribe grafittis y dibujó entre otras cosas una ventana en el muro que quiere encerrar a Palestina. La lista es larga afortunadamente; hay bastantes más; pero Ceferino no solo es especial, es inteligente, buena persona y de otro mundo. Lo bueno de la Patagonia es que siguen sobrando personajes. Claudio me contó de un amigo que llegó al pueblo preso por la gendarmería por andar en kayak sin permiso por los fiordos chilenos tratando de llegar al Cabo de Hornos. Bajaba desde la altura de Santiago, había navegado ya un par de miles de kilómetros cuando lo pescaron y terminó en Puerto Natales. Como se quedó sin dinero se puso a hacer lo único que sabía, enseñar a la gente a usar su bote. Cuando juntó algo más de plata siguió viaje al sur ahora con el kayak camuflado. Llegó al Cabo de Hornos una noche. Golpeó la puerta de los gendarmes que no le abrían muertos de miedo pensado que era un fantasma o un espíritu. Se lo volvieron a llevar preso pero está vez había cumplido. Tal vez el pibe fue el primero en llegar tan al sur en un kayak, pero pocos lo saben, apenas unos curiosos y amigos. Los ingleses en cambio tienen una industria enorme de expediciones y records. Es verdad que muchos murieron intentando viajes alocados, pero iban en nombre de su majestad y con toda una nación detrás; con todos los recursos también. Las historias de estos locos en cambio son anónimas. Las hay de todo tipo. Como una chica que encontré juntada con un peón de estancia y cuatrero. Muy morosita ella, de un barrio de chalecitos del Oeste de Buenos Aires, de colegio privado y todo. Una versión moderna de La cautiva de Borges. O ese otro cuento de la inglesa que se quedó entre los bárbaros. O el guía con pinta de mapuche que me dice que no hay mejor manera de empezar la mañana tomando unos mates mirando las montañas y escuchando a The Jam, That's entertainment, that's entertainment.
Ayer Ceferino iba por el campo con los nueve perros cuando en los matorrales vio el puma. Los perros no lo habían olido. Estaba ahí, a dos metros. Ceferino es Correntino y nunca vio un puma sin embargo lo tomó como lo más natural del mundo. Un puma; en Corrientes son los búfalos, los chanchos salvajes y de vez en cuando un lobo (que no son dañinos). Pegó el grito y los perros lo empezaron a seguir. Terminó mal la historia para el puma, pero así las cosas; esta primavera le había matado cuatro potrillos.
Finalmente me puse a leer En Patagonia de Bruce Chatwin. Lo tuve en suspenso por años; me parecía un clisé, el libro que leen los gringos en los hostales. Y el libro es muy bueno, por supuesto. Historias Mínimas, Liverpool o Nacido y Criado unos treinta años antes. Todas excelentes películas. Dios está en los detalles. Los mismos personajes desclasados, perdidos y olvidados. La Patagonia de Chatwin empezó en los libros y en las historias populares, después se dedicó a viajar como si fuera un detective chambón, perdido entre el inglés y el castellano, como los detectives de John Sayles, en esa nueva frontera entre USA y México. Parte del secreto de Chatwin es que es un libro que podría escribir cualquiera, al menos pareciera. Está lleno de inexactitudes y gringadas; entiende mal los nombres, toma una cosa por otra; escucha lo que quiere escuchar. No importa. Todos somos el tonto de alguien. Chatwin por supuesto tiene debilidad por sus paisanos asalvajados; o todo lo contrario, aquellos que quieren revivir una Inglaterra que no existe. Desclasados. Todos. El conocimiento. Todo lo arruina el conocimiento y solo de eso se trata. Edipo. Chatwin sabe lo que esos galeses, ingleses y escoceses no. Que el tiempo pasó; que lo que se consideraba importante no lo era, que nada perdura. La tragedia (y la comedia) es una pequeña distancia epistemológica. Hay una sorna en el que escribe, un sentirse superior. Sin embargo tengo una hipótesis. Chatwin comienza el libro contando que viaja a Patagonia porque su abuela tenía cuando él era chico un trozo de piel de Milodón, una bestia prehistórica, que ella y él, tomaban por una piel auténtica de dinosaurio patagónico. Imposible claro. Como las habitaciones y estancias desvencijadas que el visita y de las que se ríe en voz baja y con tristeza. Viajar a Patagonia es volver a visitar ese cuarto de la infancia y observar con tristeza esa inocencia primigenia. La maldita consciencia. La única manera de no percibir el paso del tiempo y esos desfasajes de conocimiento es quedarse quieto, vivir en la ciudad, hacer lo que todos hacen. O por el contrario, moverse todo el tiempo como él mismo. Su solución al enigma; que nadie pueda decir de él mismo que estaba equivocado, que perdió la apuesta, sea la que sea.
Hay otra cosa que no ha cambiado en la Patagonia de Chatwin; el transfondo oscuro de la barbarie política; la intolerancia, el amiguismo, la corruptela permanente, los iluminados, el peronismo como una enfermedad incurable. Mañana Ceferino baja a la casa del río con asado recién carneado. Yo pongo el vino.
Dj malhumor
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