El carro, el linyera, la carretilla.

Saliendo de Melo hacia el Norte crucé un tipo en la ruta caminando y que llevaba sus cosas en una carretilla. Resultó que el tipo es más o menos famoso; fama de lugar chico, todo el mundo lo vio o lo ha visto, incluso alguna vez salió en televisión. Recorre las rutas del Uruguay hace años. Ahora volvía de la frontera, me enteré después, porque los milicos brasileños no lo dejaron pasar. El tipo está condenado a rebotar de frontera en frontera, de borde a borde. La ruta en que lo crucé es la misma ruta de lo quileros, unos tipos en motos a lo sumo de 125 Cm3 que transportan cargas de hasta dieciséis garrafas que llevan y traen desde Brasil. El primero que me habló de los quileros fue García. El se los cruzó cuando andaban a caballo y por las sierras. Traían todo tipo de contrabando y metían los animales en los bañados hasta el hocico mismo. García en esa época recorría también los campos a caballo ofreciendo sus servicios para arreglar tractores, molinos y cualquier máquina que pudiera haber. Criado en el campo por un viejo tuvo su educación superior por un ingeniero alemán huido de la guerra que llegó a Sudamérica escondido en un carguero noruego. El alemán pasó de arreglar y manejar tanques a arreglar tractores y lo tomó a García de aprendiz. Al tipo de la carretilla también lo habían visto los del carro. Una pareja con su niña, devotos del calendario maya y que recorren el Uruguay en un carro con dos caballos. El carro es de lo más bonito, está cubierto y parece de película de cowboys, una especie de carreta hippie. Ellos se rigen por las lunas, hace cinco años que andan descalzos y me dijeron un montón de cosas lindas de oír que estaban inscriptas en mí día y año de nacimiento. Parece que malhumor es un espejo reflejante, destinado a inspirar según el corazón y cuya materia es el infinito. Debería cambiar otra vez mi nombre, ellos cambiaron el suyo. Cuando me iba me dijeron, nuestro amigo Máquina Cósmica también anda por ahí en bicicleta, tal vez lo encuentres. Hace unos años en una estación abandonada en Salta que se llama Alemania conocí a Hugo que recorrió la Puna también en carro, un poco como García, yendo por los ranchos alejados arreglando hoyas. No fue su única aventura. Con un colega fabricaron una balsa y se tiraron por el río Bermejo. Ninguno de los dos sabía nadar.
Unos setenta kilómetros antes de encontrarme el carro mágico vi desde lejos una figura que se movía muy lentamente. Era un tipo caminando que llevaba una mochila hecha de arpillera, una carpa rudimentaria de lona y palos y un bolsito, todo colgando de su espalda. Iba vestido a la manera paisana; una bombacha y unas botas de lluvia algo enclenques. Cuando me acerqué me preguntó si andaba paseando. Sí le dije. ¿Y Ud? No, yo soy un linyera. Me respondió. Y como estábamos parados en medio de la ruta y le pesaba el equipaje me invitó a acompañarlo, a caminar a su lado. Malhumor caminante.
Soy un linyera. Hay algo sorprendente en esa afirmación. Una vez en Génova estuve charlando un rato con un irlandés en la calle. Le conté de dónde venía, qué hacía, etc, etc. Cuando le pregunté por él. Se sorprendió. I´m a punk me dijo. Entonces vi los perros, vi su bolsa de dormir en el piso, le di más importancia a sus botas negras. Claro, le dije, qué otra cosa, a punk.

Dj malhumor