Obra dirigida por Adrián Blanco en el teatro Hasta Trilce (Maza 177).
Probablemente ningún otro autor haya ahondado tanto en la inmadurez como Gombrowicz, que se dedicó con empeño a practicarla y teorizarla de un modo convincente, sistemático, inclaudicable. Es algo fácil de ver en sus novelas, con Ferdydurke a la cabeza, pero también en esas otras obras por momentos confusas y geniales que son Trans-Atlántico, Cosmos, Los hechizados y Pornografía. Esa literatura inmadura, juvenil, que tiene a la forma como eje vertebrador, se traslada a sus cuentos, a sus diarios, a su testamento, a sus cartas, a su Curso de filosofía en seis horas y cuarto, a las impresiones que dejó en Argentina y Europa, donde todavía se pueden recoger testimonios de primera mano. Pero donde tal vez se haga más evidente ese estilo, donde más aprieta las tuercas de la obsesión por sus temas y convicciones, es en el teatro.
Adrián Blanco pone en escena una obra extraña, incómoda, grotesca, inteligente, reflexiva, tal como a Gombrowicz le hubiera gustado ver. Una obra que parte de indicios acerca de su propia historia, escritos por el polaco en Argentina a partir de los '50 y que nunca fueron traducidos al español ni adquirieron demasiada fama. Una obra en la que aparecen fragmentos de otros fragmentos, escenas, matices, claroscuros que ayudan a entender mejor quién fue este escritor irreverente a través de su vínculo familiar, y del peso que tuvo la guerra en Europa.
Hay gritos, hay sexo, gestos burlones, pies descalzos, incompletudes y todas esas cosas que hacen que las señoras mayores se indignen, murmuren y se vayan escandalizadas del teatro, como de hecho suele ocurrir. Witoldo hubiera sido feliz, extremadamente feliz de haber sabido esto. Porque en definitiva esa es la intención: provocar, generar murmullos, pretender que la palabra y el gesto no queden en la nada, sino que constituyan el comienzo de una acción.
Las señoras huyeron despavoridas del mismo modo que Gombrowicz huyó primero de Polonia, luego de Argentina, y siempre en y de su obra. Y huyeron porque sin llegar a comprender el significado de eso que estaban presenciado lo entendieron, lo aceptaron, lo procesaron sin saber que lo estaban haciendo. Huyeron porque pudieron despegarse de un mandato, de aquello que debían hacer, de aquello que debían ser.
Gombrowicz está en las buenas manos, irrespetuosas, claro, como debe ser, de Blanco y José Páez, que se ocuparon de la dramaturgia de estos fragmentos bien narrados, representados en el escenario por Ramiro Agüero y Manuel Bello (dos Gombrowicz en edades diferentes), Hugo Dezilio, Estefanía D'anna, Diego Echegoyen, Luis Escaño Manzano, Mario Frías, Yamila Gallione y Cecilia Tognola. Las funciones continúan los miércoles (a las 21) y los sábados (a las 21:30) en el teatro Hasta Trilce (Maza 177), gombrowicziano espacio con muy buenos precios, gran atención y una pizza más que respetable.
Txt: Nicolás Hochman
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