sábado, octubre 19
La cabeza del chivo
Son días larguísimos. Varios días adentro de uno que se van desplegando. O sucediendo en etapas como cuando se sube una montaña y a cada rato hay una nueva vista que supera a la anterior. A veces cierro los ojos y miro hacia atrás y una estela de imágenes me lleva al mismo momento en que desperté y empecé el día. El movimiento del bote que no se va. Abrí los ojos y vi las sierras y el dique y el cielo amenazante. Rápido estaba bajando al pueblo que dormía y un panadero gentil y solidario con los que viven a deshoras me dio pan que todavía estaban preparando. La tormenta se quedaba en las montañas y yo me iba al desierto. Pero llovió en el desierto. Avancé en una especie de desfiladero entre nubes. Mientras llovía en otros lados a mí me tocaron apenas unas gotas que me refrescaban. Al sur un cielo púrpura que nunca había visto. Un ciervo salió al camino y yo anduve y anduve mientras escuchaba a Brendan Canning (aka BSS). Viejos amigos. Después me pierdo un poco. Una larga bajada, un auto solitario en el espejo retrovisor, caranchos revoloteando. A mitad de camino, justo cuando las sierras a mis espaldas habían desaparecido, hacia el frente relucían las Sierras de las Quijadas. Después lo encontré a Guillermo en la entrada de una reserva provincial en medio de la nada y esperando a nadie como un personaje de Kafka. Charlamos, hablamos de la soledad y comimos chivito que había quedado del día de ayer. Mientras me decía lo difícil de soportar tanto silencio desmembraba la cabeza del bicho. Le sacó los sesos, le cortó la lengua y la peló. Yo comí cerebro en homenaje a Lecter. Después seguí y entonces era otro día con sol y al Norte una tormenta gigantesca que encontraría por última vez al atardecer. Esas nubes algodonosas que se ven desde los aviones y una gran masa central de algo, como una galaxia, puro volumen en el cielo. Llegué al parque y aparecieron las torres rojas y un gran valle que cambiaba de color según descendía el sol. Y los desfiladeros y las golondrinas planeando como aviones de guerra en un videojuego. Y ese silbido de los cientos de pájaros haciendo un eco increíble y yo solo ahí. Y se fue la luz y la luna ya estaba arriba y cuando caminé hacia el otro valle estaba la tormenta otra vez ahí todavía más majestuosa ahora con unos toques naranjas del sol que se fue. Y caían rayos, y retumbaba y yo miraba y miraba…
Santiago Bardotti
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