El lugar que sirve de punto de partida
diegético y geográfico es la ex sede del club Bella Vista de
Durazno, Uruguay. Ex centro recreativo y de formación de
hombrecitos, el minúsculo local fue transformado en prostíbulo de
travestis primero y en iglesia después. Esa es la historia que
Alicia Cano se encontró leyendo el diario y que convirtió en un
documental ficcionalizado, en el que los personajes son representados
por sus propios protagonistas.
(Aviso: Voy a dejar de hablar
impersonalmente por este párrafo, pero puede que vuelva a hacerlo en
el próximo). En general no me gustan los documentales que se mezclan
con la ficción o que dramatizan lo que que quieren documentar. Me
enfrían. El juego sobre los pliegues entre realidad y la ficción
es, a veces, interesante cuando manipula leyendas o discursos
chocadores, pero otras veces simplemente enfría la historia. La
distancia que genera el artificio rompe un poco lo emocional y no me
gusta. Pero en el Bella Vista hay una dramatización
transparente que conjura en parte esa neutralidad, porque muestra a
los personajes en la mismo producción de su representación, hasta
el punto de que podemos verlos organizar una metarepresentación o
bromeando sobre su propia puesta en escena.. En una escena tensa, la
travesti que es madre adoptiva confía los problemas que la silicona
genera en su cuerpo a la madre biológica de su hijo, hasta que en un
momento las dos se tientan y no pueden parar de reírse. Ese momento
extradiegético no es un mero blooper, sino que sirve para revelar
mucho sobre cómo se relacionan con la representación/verbalización
de su propio drama, mucho menos solemne y lastimeramente de lo que
nuestra buena conciencia nos manda a creer.
La película tiene otros méritos
importantes, pero destaco (o se destaca) el de no demonizar a los
que, sin querer o con querer, discriminan a los travestis. Otro
documental hubiese quizás optado por la postura burlona o agresiva,
pero Cano tiene un profundo respeto por los que piensan como nosotros
y también por los que no. Eso se nota en la pantalla, y tal vez haya
sido lo que generó que durante su proyección en Durazno, las
religiosas se disculparan con los travestis, estas las terminaran
consolando y hasta el mismo patriarca super macho del lugar aceptara
que quizás debería repensar algunas cosas.
Es cierto, a las actuaciones y al ritmo
quizás no les sobre nada, pero no por eso “El Bella Vista” deja
de ser una muy buena historia sobre cómo un mínúsculo local con
techo de chapa puede demarcar un sinfín de dicotomías como
público/privado, aceptable/inaceptable o tradición/ruptura en un
pueblo pequeño. Y además está contada por sus propios
protagonistas con humor, ternura y una gran cantidad de siliconas.
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