sábado, noviembre 2
Bajo el volcán.
Hace un tiempo recibí un mail del hijo de Mary. En un mail general; emotivo y a la vez formal, contaba que su madre había muerto rodeada de sus seres queridos luego de un breve y fulminante cáncer. Conocí a Mary brevemente hace unos años en un tour por la Patagonia al que llegó por casualidad. Era irlandesa como su amiga Katy que vivía en Nueva York y la había llevado (también se había llevado a sí misma por así decirlo) por equivocación. Ambas habían sido enfermeras todas su vida y eran dos personas muy educadas, amables y humanas (no todos los humanos son humanos). Las dos tenían más de setenta años y de golpe se encontraron en un tour para caminar en las montañas por días enteros. El único equipo que tenía Mary para enfrentar el duro clima patagónico eran unos zapatos abotinados y la ropa rústica que usaba para cuidar su jardín en Cork. Delicioso. Lejos de protestar con la compañía de turismo que las había enviado decidieron disfrutar de la aventura. Todas las mañanas se levantaban con el resto del grupo para desayunar juntos, vernos prepararnos contentos y al atardecer vernos regresar demolidos. Ellas se quedaban disfrutando el aire de la montaña y del paisaje imponente. ¨No puedo dejar de mirar esa cosa¨ me dijo Mary risueña señalándome el macizo del Payne majestuoso que esa semana permaneció sin nubes para nosotros en una rara brecha de buen tiempo. Otra noche, volviendo caminando por la ciudad vacía de Calafate tuvimos una conversación de persona a persona. Me contó de su viudez, de sus hijos crecidos y felices con sus familias viviendo en diferentes partes de Inglaterra y de sus días cuidando su jardín. Lo recuerdo como un momento de conexión claro y distinto, esos instantes especiales como cuando uno se enamora o conoce a una persona que lo hace sentir diferente. No tenemos nombres para esa clase de relaciones y momentos. Solo tenemos palabras para el amor romántico. No está del todo mal. No recuerdo bien qué fue lo que yo mismo le conté. Seguramente fui lúcido por unos segundos con mi propia vida durante esa breve caminata nocturna para volverme un estúpido como siempre la mañana siguiente. Después del viaje Mary me escribió repitiéndome que me esperaba en su jardín en Irlanda al que no pude llegar a tiempo. ¨No puedo dejar de mirar esa mole inmensa¨ me dijo palabras más palabras menos. Como ahora que estoy bajo el Volcán. No puedo dejar de mirarlo y tengo la compulsión extraña de querer estar todo el tiempo bajo su órbita. Hay un disco que escuché mucho llamado Under the Influence. Pero no recuerdo de quién. Podría googlear supongo. No es importante. Ya próximo a la zona de los volcanes en el sur de Mendoza conocí a un personaje que venía bajando en bicicleta desde Colombia. El camino nos juntó y sin quererlo seguimos por unos días el viaje juntos. Es un manipulador positivo y generoso que maneja a la gente a su alrededor con sus estados de ánimo y pura voluntad de que el mundo sea según su idea. En el proceso da todo lo que tiene. Hasta que terminé pagándole las comidas y escuchando sus idas y venidas mentales interminables. Con la claridad que dan los espacios abiertos podía ver su comedia y tragedia, verlo llorar de rabia (genuina) o juzgar injustamente a todo el mundo. Así y todo no podía apartarme. No solo por sus cosas buenas sino porque parecía que el destino quería que cabalgáramos juntos. Ayer salimos de caminata y un malhumor repentino lo hizo regresar. Pude continuar solo aunque hizo todo lo posible para que no. Me sentí de golpe liviano. Vi cruzar por el camino una mancha marrón que tomé por un perro. Al regresar un paisano me preguntó si había alcanzado a ver el ciervo. ¿Qué había visto en verdad sí yo vi un perro? ¿Puedo decir ahora cuando regrese a la ciudad que vi un ciervo? Bajé pensando en eso y todavía no me puedo decidir.
Santiago Bardotti. (aka dj malhumor)
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