
Esta es, si se quiere, más simple. Brian (Paul Dano, el mudo voluntario de Little Miss Sunshine, otra peli del ramo) tiene 28 años y cara de desvalido. Trabaja vendiendo colchones y sigue un trámite eterno para adoptar un bebé chino. Porque siempre quiso eso. Ah, y cada tanto aparece con moretones; alguien lo acosa.
Un buen día cae un gordo rico interpretado por John Goodman a comprarle la cama más cara del mercado, y atrás llega su hija Happy, la resplandeciente Zooey Deschanel, que no puede parar de iluminar el mundo. Y, valga la redundancia, ilumina la vida de Brian. Muy rápido y de manera un poco torpe. No dejan de ser dos personajes más bien salingerianos, dos tipos diferentes de hermanitos Glass; Zooey no puede sino honrar su nombre. Y, como tales, tienen las imprescindibles familias disfuncionales que se merecen, y que generan más de una escena desopilante.
Es una de amor, pero también, y sobre todo, una de amor entre padres e hijos. Está claro que el padre de Happy daría cualquier cosa por ella, y que el padre de Brian, a sus 80 años, disfruta a sus tres hijos así de diferentes como son. Y que Brian desea ser padre más que nada en el mundo. Cuando Happy llama a su madre alumbra una de las escenas más desgarradoras de la historia del cine, justo atrás de la muerte de la mamá de Bambi: "Hola, mamá", "¿Quién habla?".
Es una película más tierna que rápida, y eso se aprecia en estos tiempos. No es acerca de diálogos punzantes a la Juno, sino más bien acerca de sentimientos fuertes como convicciones, y a veces oscuros como un francotirador en la noche. No es poco.
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