Con La chica del sur tuve no pocas contradicciones durante la
proyección. Venía bastante molesto por una nueva aparición del Espectro de la Subjetivización Extrema de lo Público en Sibila y había cosas en La chica... que me presagiaban que este fantasmita iba a estar presente nuevamente. Pero
así como la película misma se va dando cuenta de a poco que en realidad es otra película que la que creía ser, yo también fui cambiando de opinión
durante la proyección.
La primera media hora es la más simple, pero no deja de ser buenísima. Sucesión de recuerdos capturados en VHS de un festival de jóvenes socialistas en Corea
del Norte 89. El director, José Luis García, había viajado allí, un poco de
casualidad, y terminó registrando y conservando durante más de 20 años,
imágenes interesantísimas sobre lo que él mismo describe como “el baile en la
cubierta del Titanic”. Miles de jóvenes idealistas de todo el mundo aferrados a
una esperanza y respaldando al mismo tiempo a una estructura putrefacta,
agonizante, autoritaria y asesina. En ese torbellino aparece una estudiante
surcoreana, Su-kyong, que burla los controles de seguridad y se erige como
símbolo de paz y de una soñada reunificación entre las dos Coreas. Enseguida
se convierte en una estrella y en una obsesión para el director.
La segunda parte es la crónica de una decepción, de una cierta
incomodidad y frustración individual y social. El director sale a la caza del
símbolo y le pasa lo peor que le podía haber pasado: lo encuentra. Se juntan
en Seúl y pasan varias semanas juntos. Pero lejos de las grandes historias,
lejos del testimonio de una protagonista de la Historia , lo que tenemos
es una sucesión de cenas, karaokes, borracheras y depresión. La película parece
volverse una ficción de Hong Sang Soo sin que José Luis García pueda hacer nada
al respecto. La historia personal de Su-kyong se fagocita al Documental de
Temas Serios, lo mastica y lo escupe. Su-kyong, el símbolo de la reunificación,
es ahora una mujer abatida, que perdió un hijo, que buscó refugio en un templo
budista, que se define “apolítica” y que no tiene ganas de hablar de nada. Tal
como declara “sólo los acepté porque me parecía mal no hacerlo viniendo de tan
lejos. Ya les di de comer, ¿qué más quieren? váyanse”. El viaje a Seúl es una desilusión. Pero hay
revancha. Su-kyong emprende un misterioso viaje a Buenos Aires y se vuelven a
encontrar. José Luis intenta reflotar su documental: el que habla de las
Coreas, de las utopías, del socialismo, de la paz. En uno de los momentos más
hermosos de este festival, Su-kyong le pregunta “¿Qué tipo de entrevista vamos
a hacer? ¿Formal?” José Luis responde de todas las maneras posibles en un nanosegundo
“Sí, no, más o menos...”. La batalla de las películas dentro de la película
persiste. Ante la primera pregunta seria, Su-kyong se enoja porque la pregunta le
parece muy estúpida. Es uno de los momentos más incómodos y geniales de este
festival. Pocas veces se ve a un director tan abatido y golpeado en cámara. Su
película está derrotada, no existe más, fracasó. La que perseguía slogans,
símbolos, historias, reflexiones sesudas es absorbida por esta otra, dura, áspera,
contradictoria, fatigada. La chica del sur (la película) logra en el mismo instante
que sufre su peor cacheteada su tiro ganador. Se transforma al mismo tiempo en
reflexión y comentario político; en reflexión sobre los recuerdos, sobre las
expectativas, sobre cómo avanzar pisando un pasado que no existe más, ni para
ella, ni para la película, ni posiblemente para el mundo. Y mientras José Luis
intenta digerir su decepción, su imagen idealizada e idolatrada, Su-kyong se
embarca hacia Ushuaia, como paso previo hacia la Antártida , a lidiar con
otro pasado, más personal., pero que también implica la superación de una
muerte.
La chica del sur es una superposición de películas aparentemente
contrapuestas y peleadas entre sí pero que se terminan fusionando en una
sola, en una gran síntesis cinematográfica sobre nuestra relación con el
pasado y la derrota de las ilusiones individuales y colectivas.
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