Una vez más con ustedes, el Festival de Cannes que, como dijimos alguna vez, es el mejor y a la vez el peor de los festivales de cine del mundo. El mejor, porque concreta su idea de un festival de cine en un 100%, y, el peor, porque esa idea es siniestra. Un lugar en donde el talento se mezcla con el glamour y todo convive en un estado que, a simple vista, parece de paz. Un festival que junta en un mismo paquete a un director como Hong Sang-soo con Madagascar 3 y le da a cada uno lo que parece necesitar, mientras toma de cada uno lo que necesita para sí mismo: de unos prestigio y de los otros estrellas.
Un mundo en donde esos espacios están juntos, pero que en verdad es un espacio falso, una burbuja que dura sólo un tiempo preciso de doce días (aunque luego Cannes marcará la agenda y la programación del resto de los festivales durante el año). Esa situación de burbuja, es quizás lo único que comparte con el resto de los festivales.
La crisis -no sólo económica sino también de identidad- que atraviesan los festivales de cine del mundo, no parecen afectar a Cannes, un monstruo que crece y crece con cada edición. Y aquí es donde aparece la otra pata de todo el asunto cannino: el mercado, titulado pomposamente "Marche du Film". Basta ver por un segundo la grilla de los títulos que ahí se programan para entender todo o, definitivamente, no entender nada.
Rápido y para ver si se comprende: el mercado funciona dentro del festival en dos sentidos, repitiendo algunas de las películas que participan en las competencias y, a la vez, proyectando centenares de largometrajes de las más variadas calidades, sin ningún tipo de curaduría oficial. Estas proyecciones son, está claro, pagadas por las distribuidoras y/ o productoras. sí es como, revisando títulos, uno encuentra que en el día de mañana, por ejemplo, se podrán ver cosas como Saint Dracula 3D (¡qué link recomendable!) de un tal Paul Rupesh, de 128 minutos de duración y, un poco más tarde, Alfie, The Little Werewolf. Y son sólo un par de ejemplos de una lista interminable.
Detrás (o debajo) del glamour de Cannes, de tanto prestigio y estrellas rutilantes, están estos títulos. Siempre me pregunto que pasará por la mente de un productor dispuesto a desembolsar dinero para que una de esas películas ocupen un lugar dentro del festival y la respuesta a esto es siempre monetaria, claro, pero por sobre todo es triste. Y eso es lo que destila el mercado detrás de tanta energía humana que despliega (ver el funcionamiento de toda esta maquinaria es increíble), una tristeza por ver el verdadero corazón del cine actual. Por detrás de las películas, desde las más prestigiosas y las otras, está el dinero. O para hacerlo todo mucho más simple, digo, el lugar se llama Mercado. No nos engañemos más. Y dejo esto porque -a raíz de mi trabajo- son muchas las horas que tengo que pasar en este lugar, y mientras uno está ahí, obviamente, no está viendo películas. Y hacer esto es, quizás, el mayor de los pecados caninos.
De todas maneras y, para ya abandonar este tema, buscando en esa bendita grilla aparece el siguiente título: God Bless América, tercer opus de Bobcat Goldwaith, autor de las maravillosas Shakes the Clown (o Punch the Clown) y World´s Greatest Dad, ambas comedias negrísimas que destilan un malestar sobre la Norteamérica actual que comparte con el cine de Todd Solondz. Si googlean al tal Goldwaith, sabrán también que se trata del actor de voz extraña que supo engalanar alguna de las Locademia de Policia (otro gran link), en el papel de Zed. Y si buscan un poco más por la red de redes y son gente que vive fuera de la ley, van a encontrar por ahí disponible de ser bajada a God Bless América.
Aquí Bobcath continua con su humor ácido mientras se encarga de los -tan de moda- reality shows. El problema surge cuando la película no logra transformarse en otra cosa que un panfleto discursivo sin nada que agregar contra esos programas. Al discurso exhibicionista de esos shows, la película sólo les agrega otro discurso, igual de exhibicionista y reaccionario. Hay algo de los parlamentos de su protagonista (un cuarentón divorciado al que le diagnostican un cáncer) en contra del estado actual del mundo, largas parrafadas, que no dejan de remitirme a cierto cine argentino de los ochenta. Pero esto es algo que me pasa a mi: todo el cine malo del mundo me remite al cine argentino de los ochenta. De todas maneras, vale la pena ver esta película y de paso me hace sentir un poco más cerca de ustedes.
Y hoy, ya sí, empieza el festival en serio. Moonrise Kingdom, la nueva obra de Wes Anderson, va a ser la encargada de lujo de dar inicio al evento. Veremos que tiene para agregar Anderson a su excéntrica carrera. Aquí vuelvo a excusarme por mi trabajo: estas crónicas no van a seguir la rutina del festival, ni voy a poder cubrir todas las películas de las competencias. Iré comentando a medida que vaya viendo, así sean momentos de belleza o de los otros. Espero serles útil y hacerlos disfrutar, un poco aunque sea, de este lugar increíble al que una serie de casualidades y algo de azar me trajeron. Y por hoy me despido desde mí muy setentista hotel. Desde aquí los saluda el cronista al borde de Cannes. Y no es ninguna imagen poética: mi hotel está ubicado quince metros antes de que la frontera marque el fin de la ciudad de Cannes. Y la metáfora es bastante obvia: estamos adentro, pero a pasitos de quedarnos afuera.
Hasta mañana. O eso espero.
M.A.
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