El amigo Conde me pregunta por mail si el PIFAN tiene un mercado o algo similar. Mi primera respuesta es decirle que no, y que me sonaba raro que un evento de estas características, dedicado al cine de terror, fantasía, etc., le haga lugar a esos feos espacios que pueblan los festivales del mundo y los llenan de personas a las cuales lo que más le gusta del cine son los negocios. Y sin embargo…
Terminadas mis tareas de jurado me disponía ver todas las películas posibles.
Por algún motivo organizativo, la deliberación y posterior decisión sobre los títulos a premiar, se realiza mucho antes del cierre del festival. Lo cual hace que los primeros días el jurado sólo pueda dedicarse a las películas de la competencia que le corresponde y poco más. Lo malo es que al terminar esta tarea, algunos títulos ya fueron exhibidos y no se vuelven a pasar. Lo que me llevó inevitablemente a la videoteca del festival, que en verdad son dos, una en el noveno piso del City Hall, impresionante edificio y sede central del festival y otro en el tercer piso del Koryo Hotel en donde también se realiza, durante el festival, algo que responde a las siglas de NAFF (Network of Asian Fantastic Films), pero no nos adelantemos…
Mi primera visita a la videoteca del hotel, me hace dar cuanta de este otro evento que se realiza dentro del festival y con menos días de duración. El NAFF se parece mucho a lo que es el BAL dentro del BAFICI. Incluso tienen catálogo, credenciales, proyecciones de la industria, fiestas e invitados propios. La tarea del NAFF, entre otras cosas (y toco un poco de oído, prometo averiguar más), es crear una cadena de films asiáticos fantásticos en donde cada productor, distribuidor, etc., esté enterado de futuras películas y, además, durante el festival se seleccionan proyectos en algún estado de producción que participan por algún tipo de premio. Básicamente, se organizan constantes reuniones de gente de “la industria”. Como decía antes, algo muy similar a lo que realiza el BAL durante el festival porteño.
El día que descubrí esto, intentaba ver una película en la videoteca ubicada en el hotel. Sitio que (me di cuenta en ese momento), pertenecía al NAFF pero se podía acceder con la credencial del festival.
La ubicación de la videoteca hacía que uno quedara enfrentado a la sala de reuniones del NAFF, la cual se podía ver a través de los espacios que dejaban los banners de publicidad y de los auspiciantes, mientras se escuchaban palabras como “pitching”, “budget”, “production values”. Tal es el entusiasmo que despiertan estos eventos en sus participantes que se hacía difícil la tarea de seguir con un mínimo de atención la película elegida. Después de tantas risas y parloteos, decidí abandonar la videoteca del hotel y caminar las cuadras que separan al hotel del City Hall. Una vez instalado en la otra videoteca ubicada en un noveno piso, en donde reina el silencio y el frío del aire acondicionado, trato esta vez sí, de concentrarme en la película. Pero se me hace difícil, me pregunto cómo es que estos directores, productores, y etcéteras, tan conocedores de los terrores cinematográficos, no logran ver que el verdadero horror se encuentra escondido detrás de las buenas intenciones y sonrisas de este tipo de eventos y asociaciones. Me respondo que así funciona el mal, adoptando las formas de la normalidad y las buenas costumbres y haciéndolas pasar por negocios. Aunque estos pensamientos quizás tengan que ver con haber expuesto mi cabeza al sol en las cuadras recorridas previamente y seguramente, como siempre, esté exagerando.
Cuando vuelvo al tercer piso, dispuesto a sacar una foto que ilustre este texto, encuentro que el espacio que antes ocupaba el NAFF, ahora se encuentra vació y a oscuras. Como si en ese lugar nada hubiera ocurrido. Algo similar sucedía en El golpe (The sting, 1973), aquella película sobre estafadores protagonizada por Paul Newman y Robert Redford.
Al volver a mi habitación, por algún motivo no logro hacer arrancar el aire acondicionado. Empapado en sudor y con dolor de cabeza, tirado en la cama para recuperar la compostura y mirándome en el espejo, me siento (exagero de nuevo, claro) Martin Sheen en Apocalipsis Now! Hasta llego a escuchar por los pasillos del hotel a alguien que susurra: “El horror, el horror…”. Seguramente otro testigo del funcionamiento de “la industria”. O alguien al que le devolvieron las camisas sin planchar. Todo es posible en el mundo del cine, y mucho más en el de los festivales.
(Las fotos que acompañan este texto pertenecen al Korea Manhwa Museum.)
Marcelo Alderete, el industrioso.
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