Kelly Reichardt dice que después de filmar River of Grass (1994) sólo la invitaban a festivales de género. ¿Por qué? ¿Por qué no a festivales de road movies, de gente desesperada y triste y sola, de revólveres que buscan ser disparados, de pueblos chicos, de niños abandonados?
Lo perturbador de River of Grass es que la primera persona, la voz, es la de Cozy, la chica que, precisamente, no hace honor a su nombre. Cozy presenta su vida como una sucesión de hechos vacíos en la que ella no tuvo mucho que ver. En el centro está el abandono de su madre. Y a partir de ahí, como personaje de Ripstein, Cozy deja todo atrás impulsada únicamente por el aburrimiento, un aburrimiento existencial que es más fuerte que sus hijos, que la ley, que cualquier otra cosa que pueda sentir. Sale a la ruta. El peaje es el enemigo público número uno. Un revólver se cruza en su camino -no es otro que el revólver de su padre- y Cozy encuentra en él una identidad.
Todas las rutas, la ruta. Diez años después, Kelly filma Old Joy, un filme en otro tono, más adulto, más mesurado. Pero también hay ruta y hay pérdidas, un perderse constante como la salida a esa casa que asfixia. No vamos a hablar de Old Joy ahora.
En Wendy & Lucy, el tercer opus, ya no vemos la casa; sólo está la ruta, el auto y la ruta. Wendy va hacia Alaska, literalmente el non plus ultra de los caminos. Wendy va, a toda costa, aunque se quede sola. Quizás sea la película más emotiva de las tres, y la más despojada. No sabemos nada de Wendy, pero su cara es todo lo que hay que saber.
Hay algo de Dylan en las rutas de Kelly. Algo de sueño americano roto y emparchado.
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