Maravilla hongkonguesa para la tarde de domingo. Personajes con una estética de sticker para pegar en la cartuchera cuentan una historia de a ratos tierna, de a ratos desopilante, todo el tiempo onírica. Mc Dull es un chico (tiene que ser un chico, aunque tenga cara de chanchito, porque va al jardín) que vive en un suburbio adonde está por llegar la reurbanización. Los planos del barrio son magníficos; parecen tomas de posguerra, pero en dibujitos. Vistas desde arriba, las grúas bailan. En el jardín, le enseñan todo lo que va a necesitar en la vida: relaciones interpersonales (cómo decir “hola cómo estás”), tamizadas con patadas para defensa personal, cómo hacerse el muerto y cómo hacerse el inocente. La mamá (misma cara de chanchito) paga fortunas para llevarlo a un simulacro de entrevista de trabajo. La mamá lo lleva de pic nic a un hermoso prado donde ha comprado su tumba. La mamá le lee un cuento escrito por ella, aunque él le pide a gritos que lea Harry Potter. El cuento es el del príncipe Mc Dull, y a partir de ahí los planos del relato se cruzan constantemente; el héroe anda por ahí paseando con un niño con cara de pizza. En el cuento los colores son más brillantes. Cómo explicarles. No la dejen pasar.
Marcela Basch
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