Y de alguna manera todo se confabula y arma constelación como siempre. Segunda película y sí: sí, tiene que ver con la primera. Con el factor humano. Con los tecnicismos que dejan de lado el factor humano y tarde o temprano pagan ese olvido.
Esta es la historia de una mirada acerca de la nueva y la vieja ciudad de Federación. Para contarlo rapidito, Federación era una ciudad entrerriana sobre el río Uruguay; cuando se construyó la represa de Salto Grande, en 1979, el gobierno de Videla resolvió inundar -literalmente- la ciudad y trasladar a sus habitantes a una nueva ciudad, "nueva, limpia, prolija", con cuatro modelos de casas. Antes, por supuesto, demolieron la vieja ciudad. Frenkel viaja a la nueva Federación y habla con sus habitantes, que lo llevan de tour por un montón de barro donde se ven las marcas de lo que fueron sus casas. Los habitantes, dicen, sueñan con sus casas -las viejas, por supuesto. Frenkel se entrevista con las fuerzas vivas del lugar y va retratando, a partir de sus memorias, la evolución de la ciudad, que "renació de sus cenizas" -según relato- al descubrir aguas termales.
Una música levemente guasona acompaña a una cámara que muestra a todo lo que se mueve en la ciudad -hombres, perros, camiones- como fantasmas.
Hay algo de la estética de Llinás en esta peli, pero es más divertida, y más tierna, y a la vez más respetuosa de esa gente que vivió algo impensado a manos de los tecnócratas: que la bola de demolición, la de las pesadillas, se llevara su ciudad, y les devolviera a cambio un pueblito de playmobils.
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