viernes, agosto 31

El oso hormiguero is dead

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Los días que siguieron me encontré dudando bastante acerca de las decisiones que tomaba. Rechacé invitaciones para ir a lugares que no están en el mapa; volví atrás en un camino que me indicaron y terminé en un camión en la compañía de 3 caballos; acepté otras invitaciones que no se si fueron tales y dormí una noche en el primer hotel que encontré lo que no es mi manera de hacer las cosas. Es tanto más fácil cuando no hay opciones. La gente paga para ello; pagamos para no tener que elegir; contratamos excursiones organizadas; vamos al psicólogo; compramos en cuotas, nos enamoramos perdidamente. Antes, para descansar, seguí los caminos de asfalto. Hice casi seiscientos kilómetros en cuatro días; de sol a sol. Crucé ríos verdes como nunca había visto; anduve por cañaverales y campos de algodón; cruce una reserva indígena a través de la selva y la sabana; vi volar en círculo a varios gavilanes de cola de tijera; vi avestruces en los campos de soja y grupos de chuñas en la luz de la mañana. Dormí en un campo de deportes, en un monte a la vera del camino; en un campamento para doscientos cincuenta trabajadores de la zafra. Charlé con varios en una galería dando una especie de conferencia de prensa y respondí todas sus preguntas. Me cuesta recordar en qué pensé en esos días. No me importa tanto el futuro y el pasado se va desdibujando y transformando en otra cosa. En el camino a Cabixi vi una gran ave rapaz de color blanco volando no tan alto como para poder observarla. Las plumas de la cola hacían un dibujo extraño; dio unas vueltas y fue a posarse a un árbol muy alto y de gran follaje. Apenas se acercó dos caranchos salieron espantados y en comparación parecían muy pequeños de tamaño, ridículamente insignificantes. Danilo me dijo que seguramente era una Arpía. No pude fotografiarla. Por estos caminos por donde ando ya me acostumbré a ser una especie de atracción. Me paran a conversar, se acercan tímidos para que no me escape, me sacan fotos. Yo soy su ave exótica. Soy el pájaro de otro mundo. Mandé fotos de las huellas del onza y mi amigo correntino me contestó que sí encontraba uno lo pasara a cuchillo y le trajera el cuero para hacer cinturones. Me dio risa. Por la idea y porque era real para él. No estaba bromeando. Mi realidad, mis miedos al onza, a la sucurí (la serpiente gigante que, como en las películas, quiebra huesos y se come a la gente y animales vivos) no son más que ensueños de un hombre que no conoce. En el fondo nunca dejamos de ser niños que tienen miedo a la oscuridad y queremos dormir con la luz encendida. La habitación solamente se va haciendo más grande hasta que creemos que todo está a nuestra vista. Error. No logré impresionarlo a Ceferino como a algunas chicas sensibles que me escribieron que me cuidara; como a mi hermana y mi madre que insiste que soy alérgico. Este invierno Ceferino había casado un puma con los perros y en la nieve; en un entorno donde los Cohen filman sus films. Como buen gaucho errante dejó el pago de espinales y pantanos y terminó en las montañas. Por ahora. Cuando su esposa se fue por unos meses le explicó que él tenía sus necesidades y ella le dijo que estaba bien mientras no se enamorara y se terminó la charla. En esa época le cayeron a la estancia dos francesas a caballo pero él no supo bien cómo manejar el asunto y vio como se iban una mañana rumbo al lago San Martin. Más fácil cazar pumas. Ceferino es mi prueba de realidad. Hoy vi un oso hormiguero muerto en la ruta. Y ayer un tapir que es un animal enorme y difícil de creer que exista. Como en la canción de queen, all dead/all dead. Seguí recolectando historias de animales. En la curva de Leque; que es un desvío en el camino, dormí en el bar de campo que es la única casa aunque está marcado en el mapa. El dueño es muy simpático y me contó de cómo un cuidador de estancia que había hecho una carpa fue escuchando al onza acercarse y rodear su campamento y cómo lo siguió acechando aunque prendió un fuego (todo el mundo afirma que el onza no se acerca al fuego) y que como no tenía ni revolver ni nada, empezó a hacer ruido con unas toneles de chapa que tenía hasta que pudo desorientarlo y escapar para uno de los lados. En otra historia el onza mataba un cebú adulto y dejaba el cuerpo tirado junto al río. Cuando volvieron a pasar por allí el animal había vuelto y lo había llevado nadando hasta la otra orilla. Había transportado unos 500 kilos de peso muerto a nado. Pero me dijo qué qué, así el nombre artístico del dueño del almacén, que no me preocupara; el onza en un bicho fino que no come cualquier cosa; está probado que no come argentinos. Saved.
Al cruzar el río Miranda por segunda vez; la primera vez muerto de frío ahora achicharrado por el sol, un pescador me hizo señas desde un muelle flotante y me mostró un pescado que tenía en una bolsa. Me indicó como bajar y llegué a la vera del río con casas de madera estilo isleño del Tigre. El acampaba debajo de una de las casa; estaba con su madre y vivían vendiendo lo que pescaban. Los dos tenían los mismos ojos claros y rostros de europeos devenidos otra cosa a causa de la selva. Habían nacido en Paraguay de donde estoy ya cerca. Resabios de las fantasías nietzscheanas. Comimos un peixe frito que fue a parar al fuego casi vivo. Cuando lo cortaba en partes todavía se movía. Las horas pasaron y armé la carpa. Unas cervezas, más pescado frito; la madre en la iglesia. Durante la noche me despertó un murmullo como un crepitar y pensé que era fuego. Salí pero no pude descubrir qué era. El río era un espejo denso como aceite. Una garza pescaba en la orilla. El pescador anda descalzo y me pidió si podía exprimir unos limones porque él no podía a causa de los cortes que tenía en la mano. Mi equipaje y mi bicicleta al lado de lo que ellos tenían para vivir eran como una limusina cargada de excentricidades. Para la mayoría de los autos que pasan parezco un vagabundo (simpático) y me invitan y regalan cosas; para la gente que vive por aquí parezco Paris Hilton o Tinelli; personas que se ven en la televisión y viven un mundo de fantasía. Jugar a ser el buen salvaje. Me atacaron unas abejas, me picaron mosquitos de todos los colores y tamaños pero el onza no apareció porque no come argentinos. Nosotros tenemos nuestros caníbales peró. Dj malhumor

viernes, agosto 24

Mystic malhumor.

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Al mediodía encontré, después de 83 kilómetros de campo salpicado de selva aquí y allá, el parador en la ruta salvador. Me tomé tres cervezas, me comí un pollo frito y después de un buen rato de descansar con los ojos abiertos me compré un salame de campo y salí. Hacía mucho calor y el camino, lento pero sin pausa comenzó a subir; también comenzó a soplar viento Sudeste. Después de un rato sentí que la energía se acababa otra vez y está vez de verdad. Los pensamientos empezaron a llevarme a otro lado. Ayer escribieron Fabio y Renato. Me enviaron fotos; Renato del Yacaré de fuego; Favio del Urubú Real. Ying Yang. El yacaré que todos vimos en ese momento justo de la noche, en medio del lecho del río casi seco donde estábamos; y el pájaro verdadero, que descendió majestuoso la mañana siguiente y se posó en el acantilado para que todos despertáramos. A Renato lo encontramos durmiendo en su camioneta en la oscuridad total en la entrada de la picada. Yo estaba tan agotado que no podía saber qué hora era y cualquier medida de tiempo me era idéntica y sin sentido. Había pedaleado el día entero para llegar al pueblo y encontrar a Fabio, Danilo y al famoso Víctor que ya estaba en el hotel. Llegué con la última luz, molido y feliz por haberme abierto paso en el laberinto de tranqueras y caminos que salían para todas partes. Fabio Y Danilo llegaron desde Rolim De Moura medía hora después y con la idea de salir esa misma noche para comenzar a caminar la mañana siguiente bien temprano. Yo no podía pensar y tan solo me dejé llevar. Eso sí, me crucé a un tenedor libre frente al Hotel y comí como un animal. Hicimos tres horas de ruta, atravesamos una reserva indígena y alcancé a ver un cartel que decía Bolivia. Después, Renato en su camioneta, armar la carpa como un zombi y caer muerto hasta escuchar a Víctor despertándome, ¨argentino, argentino¨. Desarmamos todavía de noche, fumamos el primer porro del día (el grupo fue bautizado por mí como ¨los biólogos fumetas¨) y ya clareando salimos. Para mí el tiempo todavía no tenía medida y seguía muy agotado. La noche anterior había dormido en un puesto de estancia que era como una frontera entre un extenso campo de soja y la selva densa y misteriosa. Me alojaron unos puesteros amables, me dieron de comer feijoada preparada en un fogón y el cachorro me robó la zapatilla que recién apareció la mañana siguiente. Fue toda una escena el buscarla en la oscuridad rodeado de una extensa selva y la nada; entre los rastros del onza y las historias recién contadas de una serpiente larga y mortal que ataca de noche. Para llegar al pueblo, 140 km más adelante, crucé el río Cabixi, vi aves de diversas clases y me metí por un camino de ¨innumerables tranqueras¨ como me dijo un tipo que pescaba con un piolín. Cuando llegué al camino verdadero y pensé que ya estaba todo cocinado, el calor apretó mal y el ripio se transformó en un arenal como para darme maza. Así y todo llegué a nuestra cita. Al primero que conocí fue a Fabio la semana pasada que comenzó a charlarme desde su auto cuando yo llegaba por fin a Rolim. De golpe, lugares de los que jamás tuve noticias se transforman en la meca; el objetivo, el horizonte para alcanzar, mi propia idea regulativa de la razón pura. Habían sido otros cuantos días por caminos de tierra perdidos, fazendas, selva y palmares hasta la ahora famosa ciudad. El camino me lo había indicado un mecánico de motos amable que me llevó a su taller, me preparó un desayuno y me regaló una remera. Charlamos un rato con Fabio y me contó que él estaba trabajando en la ciudad. Volvimos a encontrarnos horas después en la puerta de su hotel como si estuviera esperándome y ya después fue imposible no tomarnos unas cervezas. Me presentó a Danilo, experto en águilas arpías, el ave de presa más grande del planeta, y al fin de la noche el encuentro para el fin de semana siguiente estaba organizado. Antes de despedirnos dimos vueltas en los límites del pueblo en camioneta (Rolim a fin de cuentas es un pueblo grande y ordenado)fumando porro y pensando en nada. Me iban a mostrar un centro del mundo. En medio de una planicie rodeada alguna vez solo de selva se levanta una meseta que se ve desde lejos y desde todas partes. Es muy verde, esconde cañones profundos que nadie ha visitado y caídas de aguas hacía todos sus lados. Del otro lado está Bolivia y un parque Nacional grande como varios países, sin caminos y casi inexplorado. Me llevaban allí porque así son las cosas. Renato trajo una botella de ayahuasca que viajó tres días en un bote en la frontera con Perú. La subida era de unas tres horas, el calor llegó rápido y cuando llegamos no había casi agua en la cascada que cae unos trescientos metros. Danilo estaba algo desilusionado. Para mí todo era un regalo.
Armamos campamento sobre el lecho del río y casi sobre la cascada misma a unos cincuenta metros del acantilado que daba pavor y vértigo de tan solo acercarse. Nos bañamos en los pozos de agua cristalina y dormimos todo lo que pudimos y el calor nos dejó. Nunca recuperé la noción del tiempo hasta que llegó el atardecer y los vencejos. En este año que termina, antes de conocer a batichica, conocí a gatubela, siempre impredecible, sensual y descontrolada. Una noche dormimos en la terraza de Boedo y nos despertamos con el milagro de las golondrinas revoloteando y haciendo sus picadas. La ciudad también tiene sus amaneceres. Este pequeño hecho nos juntó por un buen rato y quien sabe por cuánto más todavía. Ahora, de la forma más natural del mundo, después de cuatro meses y cinco mil km llegué yo también al lugar donde todas las golondrinas llegan; cada día. O los vencejos, sus parientes aún más salvajes. Eso pensé apenas las vi formando nubes en el cielo sobre el cañón. Nunca vi algo así. Nadie vio nunca algo así. Pensé en gatúbela que me había escrito hace poco. Un millón de pájaros acudiendo a la cita del atardecer para bajar en picada a la cueva allá abajo detrás de la cortina de agua. Las nubes se hacían y deshacían y cuando la luz ya era poca aparecían en el cielo como cayendo desde la nada misma. Todos creíamos que la ayahuasca no nos había hecho efecto. Porque todos esperábamos otra clase de alucinación. Renato, el ser perfecto entre dos mundos, fue nuestro shaman. Ojos y cejas de Madame Sata, una alegría incontenible, un cuerpo sensual sin sexo. Cuando nadie se quería mover del acantilado encendió el fuego y todos nos tiramos sin hablar con la cara al cielo. La energía bajo y subió; dormimos y despertamos, apareció el yacaré de fuego, apareció más tarde la luna. Todo el tiempo pensábamos que éramos nosotros; que se cumplían nuestros deseos uno a uno; que le mundo era una trama sutil y perfecta. Danilo me contó que hay una clase de vencejo, de la cual el macho, una vez que aprende a volar, no para jamás hasta morir. Come, duerme, copula en el aire. Muere en el aire también. Claro. El algún momento nos fuimos a las carpas y a la mañana siguiente al primero que vi fue a Fabio calentándose junto al fuego. Nos fuimos al cañón con la primera luz y esperamos verlos salir de la cueva pero ya se habían ido. En compensación el buitre blanco, de pico amarillo y naranja y un ojo que parece pintado se posó en el borde del acantilado para devolvernos a la realidad de la selva. Bajamos mucho más rápido y ahora vi el camino que hicimos durante la noche. Pasamos por una pequeña ciudad que alguna vez fue la capital de Brasil cuando por aquí se buscaba oro y diamantes y nos paramos en una estación de servicio en un cruce. Estábamos todos cansados y nadie hablaba; la energía se había disipado y transformado quién sabe en qué. Nos despedimos de Renato y un poco más tarde vimos el atardecer en la ruta. Dj malhumor

martes, agosto 21

Tony Scott (1944 - 2012) – Last action hero

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Nunca me gustó El ansia (The Hunger, 1983) desde que la vi en algún VHS de dudosa calidad (¿o habrá sido en un cine?). Me parece, ahora, que es el tipo de película que uno debería volver a ver para saber como la ha tratado el paso del tiempo; aunque no estoy muy seguro con que nos podríamos encontrar después de tantos años y tanto cine. Si tiene un mérito (o algo a destacar) es que funciona como una muestra cabal de cierta idea del cine de los 80. Su historia, sus protagonistas, su música, toda su estética remite al imaginario de esa época. Inclusive como parodia. La película en su momento fue un fracaso con el público y la crítica, y deberían pasar tres años para que su director, Tony Scott, lograse dirigir su próxima película: Top gun (1986). Y a partir de acá todo cambiaría para siempre. No sólo la carrera de su director, también la de su protagonista, un tal Tom Cruise (quien ese mismo año también actuaría en El color del dinero (The color of money, 1986) de Martin Scorsese) y de sus productores Jerry Bruckheimer y Don Simpson.
El cine de acción en USA ya estaba cambiando, todo era más grande, más explosivo, más caro y así. Top Gun representa, como pocos títulos, un género y una época. Nunca me interesó esta historia de aviadores con trasfondo homo-erótico, (como nos explicaría más tarde Tarantino en la olvidada Duerme conmigo (Sleep with me, 1994) de Rory Kelly). Pero junto con El ansia (una desde su lugar de película de culto y la otra como una de las más taquilleras de la historia), sirvieron para definir eso que se suele llamar “el cine de los 80”. No es poco.
Sin embargo, lo mejor de Tony Scott vendría con el tiempo.
Después del éxito de Top Gun, Scott se dedicaría a realizar películas que funcionarían como vehículos para sus protagonistas, todos ellos súper estrellas; en ese momento al menos. Eddie Murphy en Un detective suelto en Hollywood II (Beverly Hills Cop II, 1987), Kevin Costner en Revancha (Revenge, 1990, una de las películas más extrañas y violentas de la carrera de Costner) y, de nuevo Tom Cruise en Días de trueno (Days of thunder, 1990) con guión del gran Robert Towne; autor también de Barrio chino (Chinatown, Roman Polanski,1974), y director de las casi geniales Personal best (1982), Tequila sunrise (1988) y Without limits (1998).
Días de trueno es la primera película en la que me llamó la atención el nombre de Tony Scott. Hay algo en las películas de autos que me fascina, lo cual no deja de ser extraño para una persona que no sabe manejar y a duras penas diferenciar modelos y marcas. Los autos, el cine y la cinefília siempre se llevaron bien. De todas maneras, mi ceguera me hacía decir que a la película la había dirigido Robert Towne o, al menos, la brillantez de su guión seguramente había evitado que sea muy mala.
 Mi relación con Tony Scott cambia definitivamente con El último boy scout (The last boy scout, 1991), a pesar de que acá también tiene mucho que ver un guionista. Esta vez Shane Black, quien supo ser una estrella desde un lugar históricamente relegado (como lo es el de guionista). Black junto con Joe Eszterhas (Bajos instintos, Paul Verhoeven, 1992) supieron ser nombres importantes, tanto como el de cualquier estrella o director, y sus guiones cotizaban en millones de dólares. Esto ocurrió a fines de los 80, principios de los 90, más o menos. La fama, obviamente, les duro poco, hoy en día son dos nombres (casi) olvidados (aunque Shane Black en este momento se encuentra dirigiendo Iron man 3). No soy yo quien vaya a defender a los guionistas, pero siempre van a ser preferibles aquellas épocas de autores (megalómanos) identificables a estos tiempos en los que los guiones son escritos por un comité.
El último boy scout funciona como un ensayo sobre las películas de acción y las buddy-movies, pero no desde un lugar lúdico ni exageradamente irónico, sino desde la más pura celebración, amor y conocimiento de ese tipo de cine. Y lo hace sin dejar de ser nunca lo que es, una película de acción y una buddy-movie.  Una de las mejores de todos los tiempos. Esto es merito en gran parte por el guión de Shane Black y también en la decisión de utilizar a Bruce Willis como su perdedor protagonista. El personaje de Willis en El último boy scout funciona como una variación del John McClane de Duro de matar (Die hard, John McTiernan,1988). O mejor dicho, un McClane al cual le mataron a todos los rehenes. Eso es Joe Hallenbeck. A partir de esta película el nombre de Tony Scott empieza a ser, para mí, tenido en cuenta. Las buenas películas (en Hollywood) suelen salir , en la mayoría de los casos, por casualidad, y esta bien podía ser una de ellas. Sin embargo hay algo más aquí, en su mezcla de humor y tristeza, en sus personajes que ya no son lo que supieron ser, en su velocidad, en sus gloriosos “one-liners”, en la gracia de su elenco, que la destacaban del resto. Y créanme, aquel adolescente que supe ser consumía a mansalva este tipo de cine. El último boy scout junto con la primera Arma mortal (Lethal weapon, Richard Donner, 1987) otro guión de Shane Black, introdujeron el humor y la ironía en el cine de acción. Sin estas películas, no habrían existido, por ejemplo, The expendables (Sylvester Stallone, 2010).
Su filmografía continuaría, dos años después, ligada a otro guionista estrella. Esta vez Quentin Tarantino, quien antes de lanzarse a la fama con Perros de la calle (Reservoir dogs, 1992), había escrito dos guiones, Asesinos por naturaleza (Natural born killers, 1994, arruinada por el inepto y seudo-politizado Oliver Stone) y Amor a quemarropa (True romance, 1993).
True romance (usemos su título original, por favor) es otra de las grande películas de Scott. Ahí están los diálogos de Tarantino y su gusto por la cultura pop trash de su adolescencia norteamericana, y también el oficio de Scott para transformar un gran guión en una gran película.
La carrera de Scott continúa con grandes películas como Marea roja (Crimson tide, 1995) y Enemigo público (Enemy of the state, 1998), divertidas como El fanático (The fan, 1996), olvidables como Juego de espías (Spy games, 2001), políticamente incorrectas como Hombre en llamas (Man on fire, 2004) (aunque debo reconocer aquí un verdadero placer culpable), genialmente fallidas como Domino (2005) y una obra maestra: Deja Vu (2006). (Hago trampa y no digo nada sobre Rescate en el metro 1-2-3 (The taking of the Pelham 1-2-3), sepamos respetar a los muertos.)
Deja Vu es la mejor película de Scott y, quizás, una de las películas más importantes de los 00s. Suelo decirles a mis amigos que si Wong Kar Wai en algún momento de su carrera decidía irse a probar suerte a USA, bien podría haber dirigido Deja Vu. (Siempre asocié esta película con el universo de W. K. Wai y no tanto a Vértigo de Hitchcock, otra película con la que se la suele comparar. Aunque, al final, todo se relacione con el tema de la obsesión). La historia de esta melancólica película mezcla terrorismo, viajes en el tiempo, amores imposibles y desastres naturales. Una mezcla que suena imposible y que, sin embargo, Scott logra hacer funcionar moviéndose con firmeza entre las escenas de acción y un romanticismo triste y asordinado. Escenas como la de la persecución de autos en tiempos diferentes o los imanes en la heladera que advierten al protagonista, hablan de un director totalmente seguro de su oficio y su talento. Un talento depurado que volvería a mostrar en la que sería su última película, Imparable (Unstoppable, 2010).

En los últimos años Tony Scott supo ser rescatado por cierto sector de la crítica más sofisticada y visto con mejores ojos que su hermano mayor Ridley. Hay algo de justicia en esto. Aunque también hay que reconocer que Tony nunca presto oídos a estos cantos de sirena. Lo cual habla muy bien de él, e indica que sabía cual era su lugar en la industria del cine y en el mundo.
Scott de alguna manera remitía a un director clásico, un director al que contrataban los estudios y filmaba guiones ajenos. Quizás Scott nunca consideró al cine como algo más que un trabajo. Algo que también lo relaciona con los directores de la época clásica del cine norteamericano.
No es extraño que su carrera haya comenzado con una película que apelaba a todos los clichés de “lo moderno” y terminado con una “de trenes”, el más antiguo de los géneros cinematográficos.

El domingo pasado Tony Scott se suicidó tirándose de un puente. El suicidio siempre es un misterio que conlleva algo de (mal entendido) romanticismo. Nada más alejado del cine de Scott que la depresión. Quizás por esto su muerte haya sorprendido tanto.

Se murió un director de películas de acción. Uno de los últimos.

Marcelo Alderete

Historias que sólo existen al ser recordadas, de Julia Murat

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¿Alguien dijo película hecha para proyectarse en festivales? Yo sí.
"Historias que sólo existen para ser recordadas" será recordada (jojo) como esa peliculita chiquita (el tono no es peyorativo, sólo es una mera descripción de lo anecdótico de su contenido) que viene para que los crítcos la alaben y los espectadores digan “No entendí nada, porque me quedé dormido a los quince minutos y me desperté de golpe con una canción de Franz Ferdinand”.

La dirección de la cinta que nos compete en este caso estuvo a cargo de la brasileña Julia Murat, que ya había hecho cortos, y debuta ahora con los largos. Parecería ser que el tópico “extranjero que llega a un lugar cerrado para cambiar el orden establecido” fue el elegido:
-        Pueblo fantasma lleno de gerontes – checkeado.
-        Cada cual tiene  su actividad en la cadena de la cotidianeidad rutinaria – checkeado.
-        Aparición de una chica joven (porque siempre “el otro” tiene que contrastar con los habitantes de la zona) – checkeado.
-        Hecho shockeante que ayuda a cambiar las mentes de los lugareños – checkeado
Sin embargo, acá la impronta (!) latinoamericana es demasiado evidente, como para que el espectador que alguna vez vio un producto cinematográfico del país vecino pueda asociarlo fácilmente (por ejemplo, ¿por qué caracoles siempre tiene que haber una exhibición tan obvia de la religiosidad? Bueno, vale, hablemos de guiños a O pagador de promessas o Barravento, por qué no).

Mención especial: a los dos movimientos de cámara que hubo en los 98 minutos de metraje. Otra vez, estos pícaros directores que la juegan de fotógrafos y se autoreferencian a través de algún personaje. Ese tópico también tentó a Julia, que quiso hacer una película con muchas capas de significados (a las que vamos a llamar “cebollas”, tal vez sí despectivamente en este caso) y, en cambio, logró una de esas que suelen inflarse, ser gustadas y recomendadas, aunque nunca nadie te sepa explicar por qué.

Ludmila Iara K.

Historias que sólo existen al ser recordadas se estrena el jueves 23 de agosto en el Espacio INCAA KM 0 - Gaumont (Rivadavia 1635).

jueves, agosto 16

El infinito en todas direcciones

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Estoy a más de 3000 kilómetros del mar hacia cualquier lado que me dirija. Norte, Sur, Este u Oeste. Estoy en el centro del continente, y hacia cualquier lado que dé un paso, muevo la balanza un poco. Aunque esté muy liviano, aunque haya perdido mucho peso últimamente. Hay un momento en que mi cuerpo se transforma en una salamandra que consume todo lo que le eche. Puedo comer una vaca entera, mil kilos de pan o mil platos de fideos que se desvanecen en el aire. Como si mi cuerpo ya no tuviera sustancia; como si mi cuerpo estuviera compuesto de líneas y puntos; soy como una imagen proyectada confundida con el paisaje. En el centro del continente hay una meseta rodeada de selva que surge como un gran sombrero de la llanura misma. El viento le da forma extrañas, los ríos y torrentes caen hacia los lados, los paredones son de un rojo como los ladrillos y las canchas de tenis. Estoy sobre la meseta misma y los bordes no se ven, se intuyen. Es un lugar extraño este; una pequeña ciudad veraniega y de fin de semana algo vacía con hippies añosos como los árboles caminando por las calles. Me siento flotando en el espacio un poco;
ladies and gentleman we are floating in space. All I want to do/ is just to take the pain away/a giant step today/a giant step each and every day. No sé cómo voy a hacer para irme de aquí. Quien viene por un día se queda una semana, quien viene por una semana se queda un mes, quien viene por un mes se queda un año. Leo las aventuras de Coronel Flashman en la India; le escribo cartas a Batichica y miro el atardecer con una cerveza en una mano y las enseñanzas de Buda en la otra. Leí hace tiempo un libro llamado así, ¨El Infinito en todas direcciones¨. No recuerdo casi nada de él. Fue la época en qué descubrí que la ciencia no es el positivismo y una tarde en Caballito, leyendo Goedel Escher y Bach, escribí en un margen que me convertiría en matemático algún día. Lo que todavía no cumplí claro. Quiero dejar algo para cuando sea viejo de verdad. Mientras tanto abandoné a Lacan, dos novias, una amante, la universidad, varios amigos (encontré muchos otros), el futbol cinco, la casa donde nací y otra donde fui muy feliz, facebook, Buenos Aires (donde soy una especie de fantasma), la escucha compulsiva de Red House Painters y con ello un poco de melancolía, Milan Kundera y Win Wenders; Paul Auster y Murakami; Hal Hartley (o él nos abandonó a nosotros) y la filosofía del lenguaje. Mientras tanto llegué al centro exacto del continente y me paré en puntas de pié sin decidirme bien hacia qué lado caer; pensando, sin pensar, qué diablos será lo que sigue ahora. Dj Malhumor.