sábado, septiembre 29

Sir Robyn

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Alguien le gritó si conocía una de Syd Barret. ¨Conozco una de Nick Drake peró¨ y arrancó nomás. Esta semana trataba de explicarme quién era Robyn Hitchcock, por qué estábamos tan contentos de que anduviera por acá. No podía llegar a una respuesta que me dejara contento o que le explicara al que no lo conocía; un inglés, un songwriter, un cantor. Un hombre de una voz que se reconoce en millones; el de ese disco perfecto llamado Eye. Yo hace tiempo que le había perdido el rastro, no porque hubiera desaparecido sino porque siempre está allí. Cada uno de nosotros contábamos en la sobremesa cuándo lo habíamos conocido; cuando habíamos entrado en Hitchcock; yo lo agarré cuando salió Eye, en ese momento preciso; yo entré en el 2000, yo entré cuando vi el concierto de Johnatan Demme, Ventana Hitchcock, que dieron en un BAFICI allá lejos. El tipo que hace de las versiones otra cosa. La edad madura de la música popular. Una vez leí de un musicólogo tratando de hacer jerarquías diciendo que los Beatles no eran clásicos, como lo era Mozart por ejemplo, porque ninguna versión de sus canciones podía ser mejor, en el sentido que sea, de su original. Anoche escuchamos a Robyn cantando a Bowie y no lo olvidaré nunca. Nuestro querido David, convertido en un clásico. Estaba equivocado el musicólogo. Las propias canciones de Hitchcock son intemporales; se han vuelto anónimas, de todo el mundo, objetivas. Solo con su guitarra y un jopo a lo Sergio Denis llenó 80 minutos de música y nos dejó con las ganas. Y felices, de seguir el concierto en el restorán; hablando de cuando lo escuchamos por primera vez, del descubrimiento de discos fantásticos; de porque somos tan agradecidos con la música y con los artistas que andan por allí transformando el estado de cosas. Un fogón de Freaks. Eso somos. Nos gustan las canciones con aristas agudas, que intentan romper esa burbuja de la realidad como la conocemos. Allí el falsete de Robyn y su maestría torcida con la guitarra. Santiago Bardotti.

lunes, septiembre 17

La vida absurda.

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Estoy leyendo un libro que por momentos me pareciera como si yo mismo lo hubiera escrito y por alguna razón hubiera olvidado. No porque me crea con un talento especial. Es tan natural que se mezcla con los pensamientos del lector que cree que lo que lee es suyo. Es un libro de Metafísica Uruguaya. Algunos uruguayos, y pienso en personas de carne y hueso y que conozco personalmente, son como Derrida en acción. Son vidas post estructuralistas con el mate en la mano. Viven en lo límite del absurdo con una elegancia y humildad apabullantes. Se trata de una maravilla como alguna vez lo fueron las películas de Cronenberg; capaz de darle forma plástica a algo que es puro pensamiento; poder hacer una película de una novela imposible como Naked Lunch. Así algunos uruguayos que son la encarnación de filosofías imposibles. Cuando voy para Uruguay se cuando salgo pero no sé cuando vuelvo porque todo es un cuelgue. El libro es El Discurso Vacio de Mario Levrero. Es una mezcla de Instituto Bejamenta con Boards of Canada y las callecitas de Colonia. Cuando fui a Colonia por primera vez me preguntaba cómo sería la vida de todas esas personas que no son turistas y viven allí. Levrero vivía allí mientras escribió este libro que es como un diario. Levrero es un paciente psiquiátrico casado con una psiquiatra que lleva una vida en los límites del lenguaje. Vive (se ganaba la vida) de inventar crucigramas y en este libro cuenta como hace ejercicios de caligrafía como ejercicio espiritual. Cuenta como en cuanto se desvía hacia la literatura, lo importante, se le desmejora la letra y viceversa. Su diario tiene momentos geniales como el siguiente: ¨Los Reyes Magos no me trajeron un carajo. Tendré que arreglármelas solo en la vida¨. Leyendo su prosa clara e irresistible me vino a la mente que la literatura es el discurso vacio de la vida plena. Como la caligrafía es el discurso vacío de la literatura. La vida de Levrero es otro ejemplo ejemplar de ese destino sudamericano del que hablara Borges. Y si vamos para el lado de la política la Argentina está deviniendo un lugar tan absurdo como Levrero hablando de su perro y haciendo ejercicios de caligrafía. De la desfachatez de esos delincuentes comunes que son los políticos nada me extraña. Sí extraña que oscuros profesores que han organizado su cabeza alrededor de unos libros de Benjamin y Adorno y que en un mundo normal jamás hubieran abandonado el aula hayan devenido en consejeros del monarca. Un experimento muy extraño este el que nos toca vivir. Necesitamos de un Cronenberg que haga una película con ello. Mientras tanto, yo mismo, he vuelto a mi vida de Bruce Wayne. Desde mi habitación en el piso 16 miro Copacabana allá abajo. Hoy vi una chica llegando hasta el mar en una bicicleta y con la tabla de surf colgada de una especie de gancho. No me puedo imaginar qué pensará de todo esto. Dj malhumor.

sábado, septiembre 8

En el peor de los casos.

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dEUS es una banda belga a la que por una misteriosa razón estoy conectado. Para empezar fue Adem quien hizo una versión de ellos. Adem es un desconocido para la mayoría de las personas pero fue también quien hizo el mejor álbum de covers de la historia. A Adem lo vi en vivo en Montreal una noche en que había ido ir a ver a Badly Drawn Boy. Hacia una dirección me inclina la explicación de por qué estaba en Montreal justo el año en que estallaría el pop canadiense (debería explicar también por qué no fui a ver a Arcade Fire ese jueves); la otra flecha del tiempo me envía hacia cómo había escuchado, conocido e incluso gustado, ese chabón mal dibujado, en la versión de un amigo que hace años que no veo y cuya última cosa que le dije fue ¨no te quejés Berman¨. Ninguna de las dos cosas tengo ganas de explicar, pero podría. Podría refutar a Kant si quisiera también; tantas cosas se podrían, pero he elegido otros menesteres. Estoy alojado en el Hotel Plaza de Asunción. Hoy me agarró una especie de emoción cuando vi (volví a ver) al río Paraguay. Lo navegué como mil kilómetros más arriba rodeado de selva y al pie de una morrería.
Asunción es una ciudad que tiene enorme pedazos abandonados. No es un titular de TN. Es la verdad. Hoy pasé por lo que fue un parque y ahora es un espacio a la vera del río con construcciones en desuso y monte donde antes había jardines. Como si alguien hubiera abierto la jaula de los animales en el zoológico y los dejara a su buen parecer. Tiene su encanto. Alguna vez, todas las ciudades serán abandonadas y reconquistadas por lo ¨otro¨. Jua , parezco Carta Abierta. Volviendo a dEUS y Bruselas. Creo que al menos dos veces estuve en esa ciudad. Gris y nadie en las calles. Un gris que hace creer que ni mil días soleados podrían borrarlo. Era domingo peró. Las dos veces que estuve, siempre llegando o yéndome. Los pasajes a Europa baratos (ya no existen) te enviaban a aeropuertos inesperados. En aquella época de todos modos todavía me había dado la tarea de conocer todas las capitales del mundo que, por algún resabio infantil, consideraba lugares maravillosos. No el caso de Bruselas. Prefiero de lejos Asunción con el río, el tereré, los espacios abandonados y las ruinas de una guerra que no tuvo lugar (recientemente digo, no ha sido bombardeada pero parece un poco). En Bélgica estuve con dos novias. Obviamente ya no están por lo que hasta podría decir que Bélgica me da mala suerte. Hinché por Bélgica en un mundial though; y en Lieja, a donde fui porque es la ciudad de Simenon, me robaron. Nos robaron. Era un 31 de diciembre, perdimos el avión lowcost a Venedig y terminamos en Paris. Todo eso no alcanzó y la maldición belga rompió también con ese noviazgo. Aunque muchos años después, en una especie de letanía y como un efecto residual. La canción que Adem hizo de dEUS es Hotel Lounge. Donde estoy precisamente ahora. En el lounge del Hotel Plaza de Asunción. Vacío e impoluto. Locación para cuento de Bioy o película de Llinás. El disco donde está la canción es Worst Case Scenario. Que me parece una frase fantástica. Y por eso me sentí conectado a dEUS inmediatamente. Hoy caminé por la ciudad escuchando el disco y es buenísimo. Pearl Jam; Mogwai; Third Eye Blind i (mi power trío favorito) y esas cadencias que inventó el rock progresivo. Empezar por cualquier parte, de golpe, después de deambular un poco, la conjunción de todos los instrumentos como en una cita. Yes eran los mejores en hacerlo. Pero este disco de dEUS tiene vocación de canción, no se asusten. El Hotel Plaza a su vez tiene escaleras amplias, muebles y sillones de los setentas, paredes recargadas con piedras y mármoles. El lujo me llega con unos 35 años de retardo. En el 2012, en Asunción, puedo pagar el confort de los setenta. Ayer hice la carpa en una chacra. Estuvo muy bien, tenía un jardín muy cuidado con césped mullido que me hizo de colchón. Soy una persona optimista pero que piensa a menudo en el escenario más terrible; en el peor de los casos. Entonces me digo; en general; nada de esto puede matarte, y sigo. En ese disco de covers, Takes se llama, Adem hace versiones acústicas de Bjork y Richard James y The Breeders. Un grande. Y hace Hotel Lounge. Que es hipnótica y extraña. dEUS sacó hace poco un disco nuevo al que apenas le dí una oportunidad, pensando, seguro erróneamente, que las constelaciones que produjeron Worst Case Scenario son únicas e irrepetibles. Es un disco tan bueno en su heterogeneidad que parece hecho por casualidad. Como mis dos visitas a Bruselas que es un lugar a donde nunca me propuse ir. dEUS está basado en la ciudad de Amberes por donde una vez también pasé una madrugada en un bondi cargado rumbo a Londres. Fue una visión fantasmal de la ciudad vacía que me sorprendió por lo que me pareció una arquitectura fastuosa y monumental. Estaba medio dormido y siempre me pregunté cuánto de esa visión no fue solo mi imaginación. Antwerp es el nombre original de la ciudad y bien pueden ser dos ciudades diferentes. La verdadera y la que yo vi. A veces me levanto con manías de ama de casa que quiere dejar la casa reluciente y empiezo a borrar discos de la computadora. Ahí fue a parar el último de dEUS. Que ya salgo a buscar. Por las calles de Asunción. DJ malhumor.

domingo, septiembre 2

Postales coreanas VIII - El final

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En la última postal coreana me despedía diciendo que todavía quedaba mucho por contar, fotos que mostrar, etcétera, pero a pesar de ser cierto, las cosas no van a ser así.
Después de mi paso como jurado en el PIFAN, me dirigí a Seúl en donde estuve una semana trabajando en colaboración con la gente del KOFIC (Korea Film Council) para el armado de una selección de películas de nuevos directores coreanos. Dichas películas serán exhibidas –obviamente- en la próxima edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata (¡primicia exclusiva para los lectores de Encerrados Afuera!).
Mis días en Seúl fueron menos glamorosos, pero igual de excitantes que los pasados en Puchon. Mi rutina diaria había sido planificada desde mucho antes de mi llegada y junto con Woody Kim (mi jefe y ángel de la guarda) la cumplimos con un rigor militar.
A las 8:30 de la mañana Woody me pasaba a buscar al hotel y de ahí a los cuarteles generales del KOFIC en donde sólo parábamos cuarenta minutos para almorzar y seguir hasta las 18:30. En el medio, reuniones, visionado de películas y armado de presupuestos para que todo rinda al máximo. Al final de la jornada se preparaba la siguiente, y así.
Las noches, por supuesto, quedaban libres. Gracias a esa buena estrella que me acompañó durante todo el viaje, varias de las personas que conocí en el festival se quedaron unos días extras en Seúl. Entre ellos, Bo Mi Hong, programadora de PUCHON, Pierce Conran, irlandés que vive en Corea y escribe para la página Twitch, y Sten, con quien compartí las tareas de jurado durante los días del PIFAN. Unas breves palabras sobre Sten Saluveer: Sten es estonio y vive en Japón, trabaja como programador para el festival Tallinn Black Nights, produce películas y es músico amateur.
Uno de los momentos más inolvidables durante el festival, ocurrió cuando, en el medio de un Q & A (preguntas y respuestas) después de la proyección de una película japonesa en competencia, Sten pidió el micrófono y frente a una sala llena realizó su pregunta en japonés. En el momento exacto en el que Sten habló, ochocientas personas giraron sus cabezas y en toda la sala se escucho un “¡uuuhhh!” de admiración y sorpresa ante este personaje de metro ochenta de altura, rubio y con lentes Tom Ford, que habla un idioma tan ignoto a la perfección (al menos desde nuestra visión occidental). También el director de la película se sorprendió y la charla entre ellos se extendió por varios minutos. Todos seguíamos extasiados escuchándolos hablar, aunque no entendiéramos nada de lo que se decían. Háblenme ahora de nacionalismos. Fueron poco los días que compartimos con Sten, pero los suficientes como para considerarlo un hermano en este mundo de los festivales de cine.
Seúl es una ciudad moderna o mejor dicho: nueva. Un lugar que se renueva constantemente, sin por eso olvidar la preservación de ciertas áreas. A diferencia de Buenos Aires; una ciudad vieja y rota, en la que lo que se rompe, se arregla hasta que se vuelva a romper y así, sin ninguna idea de planificación a futuro. Buenos Aires -tan melancólica ella- admira y vive de un pasado al que maltrata en el presente. Seúl cree en el futuro respetando su pasado.
Las noches en Seúl eran divertidamente rutinarias. Salir a caminar por ahí en plan turista, para más tarde comer en algún lugar y de ahí terminar inevitablemente en algún bar.
Fue una de esas noches, después de visitar una muestra dedicada a la historia de la publicidad en Corea, que alguien del grupo nos propuso ir al bar en donde Hong Sang Soo filmó The day he arrives (2011). En ese momento, después de evitar el desmayo, logré concentrarme lo suficiente para no gritar como un demente y sólo decir: “Si, claro, vamos”. Algunos del grupo argumentaron que quedaba medio lejos, que era difícil de encontrar, que no era gran cosa, etc., el sentido común prevaleció y hacia ahí nos dirigimos. Tenían razón los que decían que quedaba lejos y que era difícil de encontrar, pero estaban muy equivocados los que sostenían que no era gran cosa. Después de dar vueltas y avanzar y retroceder varias veces, dimos con el callejón sin salida en el que se ubicaba el bar en cuestión.
Al llegar nos recibió su dueña, Yoem Ki-Jung, con un asombrado: “¿Por qué vienen acá?”. Adentro del bar solo había seis personas y el grupo de la dueña, que no llegaban a ser cuatro más. Imaginen el rostro de esa gente al ver entrar a un estonio, un argentino, un americano y un irlandés acompañados de dos coreanos. Suena casi como el mejor comienzo de un chiste de la historia. Ni bien nos sentamos la dueña nos explicó la mecánica del lugar, que consistía básicamente en ir hasta la cocina y traerse las bebidas que uno quisiera.
Al rato de estar bebiendo, la anfitriona se sienta en nuestra mesa. Todos les cuentan que yo soy argentino, ante lo cual Yoem Ki-Jung me dedica su versión de No llores por mi Argentina, logrando, obviamente, todo lo contrario. Entre su repertorio también está Somewhere over the rainbow, cantado en un particular y sentido inglés. Pero daba lo mismo lo que cantara Yoem, cada vez que empezaba con una nueva canción, yo lloraba. Y no hablo de lágrimas que se podían disimular, hablo de verdadero llantos desconsolados que no había manera de ocultar, excepto yendo al baño al lavarme la cara y disimular mis ojos cada vez más rojos (y no sólo por las lágrimas).
En la entrada al baño, para empeorar las cosas, había un afiche de The day he arrives medio roto.
La noche siguió, pero de esa parte sólo tengo imágenes sueltas. Sten tocando el piano, gente en la mesa que se dormía sentada sin ningún tipo de pudor, solo para despertarse al rato y seguir bebiendo. Otros que cambiaban de mesa para sumarse a brindis ajenos, más canciones de Yoem Ki-Jung, más lágrimas del argentino llorón y así, hasta que en algún momento nos fuimos entre abrazos y promesas de volver a vernos.
Antes de venir a Corea, mi amiga Luna (una coreana que extrañamente elige vivir en Buenos Aires) me dice que tengo que conocer el país para entender algunas cosas que sólo he visto en las películas. No sé si la frase es del todo cierta. Lo que sí sé es que el cine de Hong Sang Soo nace de su talento único, obviamente, pero la materia prima de donde proviene está en este tipo de lugares. Después de todo, quizás tenga razón Luna.
Hubo otras noches y todas fueron divertidas y particulares, pero ninguna como la noche en la que conocimos el bar en donde Hong Sang Soo filmó gran parte de The day he arrives. ¿Cómo superar eso?
Si un día de estos abandono todo y me retiro a un fumadero de opio (viejo sueño de juventud desde que vi Érase una vez en América) no hay duda que en mis sueños opiáceos este es el lugar al que voy a volver eternamente.
El resto fue más trabajo y más noches de caminatas, bares y soju. Y despedidas, claro, la parte más dura de todo viaje. Aunque siempre hay un momento en el que uno sabe que tiene que irse. No volver, irse.
La noche que me despido de Sten, lo hacemos como si fuéramos a vernos al otro día, aunque es probable que nunca nos volvamos a ver en persona.
El día que me voy, Woody me pregunta que quiero hacer. Le digo que, por extraño que parezca, me gustaría ir al cine ya que desde mi llegada a Seúl no había podido hacerlo. Paradójicamente, el motivo fue que estuve encerrado mirando películas. Woody no lo duda un segundo y arregla todo para que vayamos a ver The Dark Knight Rises al I-MAX ubicado en el World Cup Stadium (impresionante estadio construido para el mundial de fútbol Corea – Japón 2002). Mis últimas horas en Seúl, y yo viendo un blockbuster hollywoodense. Cinéfilo se nace, se vive y se muere. Contra eso no hay nada que se pueda hacer. Después de la película, nos fuimos a recorrer el bohemio barrio en donde vive Woody y listo.
Hasta acá llegó el viaje.

En el colectivo que me lleva al aeropuerto, me siento atrás de dos señoritas chinas. Una de ellas llora desconsoladamente. Aprovecho su llanto para ocultar el mío. Durante el viaje pasan por la ventana del micro paisajes que hasta ese entonces no había visto. Grandes extensiones de agua y pequeños islotes que remiten a esas películas coreanas que transcurren en zonas rurales.
Todo aumenta la tristeza de la despedida.
No entiendo porque llora la joven china, pero la comprendo.
La última vez que llore tanto al irme de un lugar fue cuando me fui del BAFICI, pero ahí había pasado más de diez años de mi vida.
En Corea solo veintiún días.
Ahora si, entre tristes y patéticos lloriqueos, se despiden definitivamente estas postales coreanas.

Será hasta la próxima.

Marcelo Alderete