domingo, mayo 26

Vida de Cannes VIII - Adentro de los Coen

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Una vez más, el cine norteamericano cumple en esta edición de Cannes. Aunque esta vez (y como siempre) los Coen (Joel y Ethan) se encargan de sabotear lo que podría haber sido no sólo una de las grandes películas de la competencia, sino una de las mejores de su filmografía.
Inside Llewyn Davis está libremente basada en la vida de Dave Van Ronk, cantante de la movida de música folk en la New York de los 60. Los Coen recrean aquella época de una manera increíble y por momentos emotiva, algo extraño en su cine. Pero como siempre, la insistencia en esa mirada irónica que siempre está por encima de lo que se cuenta, termina haciendo naufragar una historia a la que simplemente había que acompañar con respeto, algo de cariño, y no arruinarla tomando decisiones arbitrarias desde el guión (como la de poner por delante de los personajes la historia de un huidizo gato que, lamentablemente, hace las delicias del público).
Los momentos musicales de la película, en donde se escuchan las canciones interpretadas por el elenco, y con el siempre grande de T-Bone Burnett por detrás de todo son, por lejos, lo mejor de todo el asunto. A lo que también habría que sumarle la interpretación de un desconocido llamado Oscar Isaac y la fotografía del cotizado Bruno Delbonnel. Los melancólicos viajes en auto en los que se atraviesa una fría Norteamérica, demuestran lo que pudo haber sido esta película que termina, segundos antes de que ese huracán llamado Bob Dylan arrase con todo. Otro cuento triste que demuestra que a la historia no sólo la escriben los que ganan, y otra película de los Coen arruinada por el mismo problema: los hermanos Coen. Y que termina comprobando -una vez más- que a El gran Lebowsky la dirigió el mismo Dude.

Marcelo Alderete

Foto: Cecilia Barrionuevo

Vida de Cannes VII - Soñé ser crítico de cine

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Voy a escribir sin borrar nada, me cantan los Viva Elástico por los auriculares, mientras espero (la paciencia es el valor más preciado por estos lados) para entrar al cine. Aprovecho el consejo para, justamente, escribir sin borrar nada. Ya llegará el tiempo de sentar cabeza.
Las responsabilidades relacionadas con el trabajo, las reuniones (útiles y de las otras), la vida social, los reclamos personales (desde acá y desde allá) y las películas que hay que ver. Todo conspira contra la escritura de estas crónicas. Y sin embargo, acá estamos. Felices y moviendo la cola cual can(n)es. (Este chiste va dedicado al amigo Conde, al resto de los lectores les pido disculpas).
Escribo esto desde mi hotel después de ver Venus in Furs, nueva película de un director llamado Roman Polanski. En la fila, mientras esperábamos para entrar, nos preguntábamos si el polaco prófugo se encontraba en Cannes, y llegamos a la conclusión de que no; pero acabo de verlo por las pantallas diseminadas por el Palais, y sí, está acá en Cannes. Cosas de la ley global. Me pregunto si algún periodista argentino en la conferencia de prensa le preguntará a Roman sobre el sketch de Francella y la nena.
La película de Polanski es un paso más hacia la nada. Otra adaptación de una obra de teatro (no vi la anterior, Un dios salvaje) en la cual dos personajes, una actriz (Emmanuelle Seigner) y un dramaturgo (Mathieu Amalric), tienen un duelo entre ellos (dios mío, las cosas que escribo) mientras él le realiza un casting a ella. Obviamente las cosas se darán vuelta en una especie de juego de poderes con un final particularmente grotesco en el cual Amalric terminará travestido y Seigner desnuda (apenas cubierta por una piel) poniendo caras ridículas. Así como suena. La película está muy bien fotografiada y las actuaciones son muy intensas (dios mío, sigo escribiendo estas cosas). Como todo el cine polaco y su inexplicable e histórica tradición de calidad. Ahora bien ¿a quien le puede interesar esto a comienzos del siglo XXI? Sabemos a quienes.
El cierre de la competencia del festival fue con Jim Jarmusch y su inesperada Only Lovers Left Alive. Una romántica y graciosa historia de amor entre vampiros amantes de lo analógico, las ciencias duras y conocedores de la verdadera historia de ese mentiroso llamado Shakespeare. Este nuevo título se suma a las relecturas de géneros que viene haciendo Jarmusch desde Dead Man y Ghost Dog. La película fue acusada de snob y de ser un sketch de SNL alargado. Lo de snob, no sé por qué debiera ser considerado un insulto y en cuanto a lo segundo, bueno, es el tipo de cosas que se dicen por twitter tratando ser ingeniosos, no hay necesidad de prestarles mayor atención. Only Lovers Left Alive es una película melancólica (o nostálgica) de gente que vive en un tiempo que no le corresponde. Jarmusch demuestra, otra vez, que más allá de las historias, cuenta con un universo personal y una originalidad que pocos tienen.

Se acerca el final del festival y temo no compartir el entusiasmo que despertaron algunos títulos entre la prensa y los amigos que frecuentamos. Aún me quedan por ver algunas películas, así que mi visión de la calidad de la competencia oficial no está basada en su totalidad. Habiendo dicho esto, aclaro que son pocos los films que me generaron un verdadero entusiasmo.
En La grande belleza (de Sorrentino), (y cito de memoria, así que quizás esté falseando las cosas para mi beneficio) alguien le dicen al protagonista que es un buen escritor, a lo que él responde algo así como que es feo ser bueno en algo, porque uno corre el riesgo de transformarse en hábil. Y este parece ser el problema de todos los directores de esta edición de Cannes, casi todos son demasiado hábiles. Excepto, claro, algunos nombres. 
Pero antes de pasar a esa lista, una pequeña aclaración de los títulos no vistos. No vi y espero recuperar algunas el día domingo: las películas de los Cohen, Sodebergh, Bruni Tedeschi, Des Pallieres, Haroun y Van Warmerdan. Si sale de aquí la ganadora, no tendré mucho que agregar por ahora y hablaremos de ellas en una próxima entrega de estas crónicas. 

De las vistas, un repaso rápido de los títulos a destacar sería el siguiente:

Only Lovers Left Alive, de Jim Jarmusch
Nebraska, de Alexander Payne
The Immigrant, de James Gray
A Touch of Sin, de Jia Zhangke
La grande belleza, de Paolo Sorrentino
La vie d’ Adele, de Abdellatif Kechiche

Y quizás un poco más abajo:

Jimmy P. (Psychoterapy of a plain indians), de Arnaud Desplechin
Like Father, Like Son, de Kore Eda Horokazu
Jeune & jolie, de Francois Ozon (si a esta película se le quitan los planos en los cuales no aparece la actriz protagonista Marine Vacht, es un 11).

Como se puede ver, todos nombres ya consagrados. Algunos con títulos menores en relación a su obra anterior (Zhangke, Gray, Desplechin, Kore Eda). La de Payne es una obra menor también, pero desde su misma concepción, como ambiciosa y fallida es la de Sorrentino. La de Kechiche me deja un poco afuera (reconozco que debo estar equivocado), la de Ozon tiene a la actriz más bella del mundo y la de Jarmusch es mi favorita. 
Los ganadores seguramente saldrán de esta lista, lo cual confirmará lo apático que resultó este festival, en el cual, la mayoría de los films con sólo superar la medianía ya se transformaban en títulos a tener en cuenta.
La excepción de la lista y que es la que difícilmente gane algo es la de Jarmusch. Una película que celebra el ser diferente y se burla de los consagrados. Algo que es visto como un gesto elitista. Y claro que lo es. Una toma de posición poco apropiada a la hora de someterse a la democracia de un jurado de notables.
Lo único que pido, y cruzo los dedos e invoco a los dioses de la cinefilia, es que ese guionista seudo hábil devenido director de cine, que responde al nombre de Asghar Farhadi, se vuelva a su casa con las manos vacías. De lo contrario, y no quiero sonar apocalíptico, el fin del mundo estará más cerca.

Se acaba el festival y se agotan mis, cada vez, más escasas energías. Cierro esta nota al igual que la empecé (como le gustaba que ocurriese en las películas a Hugo Barrionuevo), escuchando otra canción que dice: “no sé lo que pensar”.
Que es lo que me ocurre, cuando repaso todos lo ocurrido hasta ahora en esta edición de Cannes.
Con estas dudas y temores, empezamos a despedirnos de esta nueva edición de las crónicas canninas.

Marcelo Alderete

Fotos: Cecilia Barrionuevo

jueves, mayo 23

Vida de Cannes VI – El día que los festivales mataron a las películas de acción

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Nicolas Winding Refn nació a comienzos de los 70. Esto indica que es un típico representante de la Generación VHS. De adolescente vivió en New York, donde estudió para ser actor, y de vuelta en su Dinamarca natal estudió cine. A los 26 años dirigió su primera película, y a partir de ahí se transformó en lo que se dice, un director exitoso que, como muchos europeos talentosos y no tanto, en algún momento de su carrera escuchó los cantos de las sirenas. De un sireno, en este caso, un tal Ryan Gosling. Pero no nos adelantemos.
Como la mayoría de los que crecieron en esa década, los gustos cinéfilos de Refn fueron formados viendo películas de terror y acción (norte) americanas. Suponemos que sus gustos, más tarde se fueron sofisticando o abriéndose a otros nombres y rumbos. Pero los primeros amores nunca se olvidan. Basta ver la trilogía de Pusher para saber y entender de qué estoy hablando. Nicolas no es el primero ni el último de una larga lista de directores (Tarantino, Rodríguez, etc.) que de grandes cumplieron la fantasía de hacer películas. Y sobre todo, películas que les habría gustado ver a ellos de niños.
Vaya uno a saber cómo la joven estrella en ascenso Ryan Gosling, vio las películas de Refn y lo convocó para dirigir Drive, un vehículo (valga el chiste fácil) creado para terminar de transformar a Gosling en una estrella o morir en el intento. No es la primera vez que Hollywood mira al extranjero para importar talentosos directores de acción de otros puntos del mundo. Drive (de nuevo los extraños caminos de la vida), terminó en la competencia de Cannes del año 2011 y consagró a su estrella protagonista y premió al director por su tarea.
Drive es una estilizada re-lectura de una película de los 80. O la fantasía de lo que eran ciertas películas en esa década. Desde la tipografía de los créditos, hasta la banda de sonido, pasando por el vestuario. Casi el sueño húmedo de los que crecimos viendo películas en VHS. La historia de Drive es tan simple como conocida. El héroe, un conductor de autos especialista en escapes post robos, callado y con un férreo código de conductas, quien se encuentra en una situación en la que debe ayudar a una dama en peligro y enfrentarse a los malos, poniendo incluso su vida en riesgo. La actuación y el personaje de Ryan Gosling, remitían a miles de personajes similares salidos de las películas de Walter Hill, J.P. Melville y varios otros ejemplos. Su actuación, basada en apenas dos gestos, terminaba de completar todo el cuadro. Confieso que cuando vi por primera vez Drive salí fascinado. Ya mismo quería conducir un auto a gran velocidad (para lo cual primero debía aprender a manejar, claro) y usar esa campera con un escorpión en la espalda. Por suerte, sólo llegue a pasearme con un escarbadientes en la boca por unos días. La película despertó en mí a aquel adolescente que después de ver Karate kid, salió del cine tirando patas al aire, y más tarde le dedicó dos años de su vida al noble y milenario arte del karate. No fui el único que cayó rendido a sus encantos. Los rumores de ese año en Cannes fueron que Olivier Assayas y Johnnie To, unidos contra el resto del jurado, fueron los responsables de que Drive no se vaya con las manos vacías. Inclusive el mismísimo Hans Hurch tuvo sus dudas con la película, sobre la cual dijo lo siguiente:

Reacciono instintivamente a las películas. Tengo un problema, por ejemplo, con la violencia. Hay algunas películas programadas en mi festival que son tal vez demasiado violentas. Algunas de las películas de Pou-Soi Cheang y tal vez Drive. No me gusta eso. Para mostrar la violencia en una película, tienes que ser muy bueno. Y la mayoría de las películas violentas son simplemente brutales, de la misma manera en que otras películas no son sobre sentimientos, sino que son simplemente sentimentales. Hay una gran diferencia. 

Obviamente no tardaron en aparecer aquellos que dijeron que el Refn bueno era el de sus primeras películas danesas. Es sabido que a todos les gusta llegar primero, y que a pocos aplaudir a los exitosos. Es una forma de sentirse sofisticados. Hasta Leonard Cohen cantó al respecto: Ah you loved me as a loser, but now you're worried that I just might win. Nicolas Winding Refn y Ryan Gosling habían ganado.
Sin embargo, tampoco fuimos tan inocentes como para no notar que había algo raro en Drive. Algo demasiado calculado en su puesta en escena, y en su violencia. Algo que no resistía una segunda visión o que empezaba a fallar de manera un tanto alarmante. Como una persona que se viste para una fiesta, y al verla por la madrugada nos damos cuenta de la verdad, y no de lo que creímos haber visto influenciados por el volumen de la música y los efluvios del alcohol.
Pasaron los años y la dupla no sólo volvió a juntarse, sino que volvieron nuevamente a la sección oficial del festival cannino. Esta vez, el vehículo para lucirse responde al grandilocuente título de Only God Forgives.
Días antes de la premiere de la película, Refn se apareció por la sala de la Quinzaine para introducir la nueva obra -después de décadas de estar alejado del cine- de Alejandro Jodorowsky. Yo no lo sabía, pero parece que la admiración de Refn por el excéntrico chileno viene de hace mucho tiempo atrás. Antes de que descubriésemos que La danza de la realidad (tal el título de la película de Jodorowsky), era una debacle absoluta y una de las peores películas programadas en esta edición del festival, el gesto de Nicolas Winding me pareció sorprendente. No sólo lo presento diciendo frases superlativas sobre A.J., a quien entre otras cosas llamó rey; sino que también se quedó a ver la película. Sobre esto volveremos en futuras crónicas.
Reconozco, nuevamente, que mi entusiasmo por ver Only God Forgives era alto. Llegar a la función a pocos minutos de que comience, y ver una excesiva multitud esperando por entrar, sólo logro aumentar mi ansiedad. Problemas técnicos acontecidos el día anterior en la base de datos que se utiliza para sacar las entradas, provocaron que se emitieran una cantidad inusitada de entradas, que superaba la capacidad de la sala; por lo cual habilitaron otra sala para poder ubicar al público. A raíz de esto, la función comenzó tarde, y además se cortó a los veinte minutos a causa de un problema con la electricidad.
La trama de Only God Forgives es tan simple como la de Drive. Pero en Drive, esa excusa de historia está desarrollada, aquí sólo parece existir como excusa para una puesta en escena ya no estilizada, sino hiper-estilizada. Cada plano parece un cuadro pensado por su director (y el departamento de arte) hasta en el más mínimo detalle, pero no como algo a destacar, sino como algo absolutamente artificial y sobrecargado. Lo mismo ocurre con la iluminación, todos los escenarios tiene luces rojas o verdes o amarillas o una mezcla de las tres. Lo mismo ocurre con las actuaciones, todos y cada uno de los participantes parecen salidos de una revista de moda dedicada a la exótica Tailandia, y se mueven de manera robótica de acuerdo a las -seguramente milimétricas- órdenes de su director. No es que se trate de una película que no respira, sino que su respiración proviene de un respirador artificial que lo mantiene a duras penas con vida. Inclusive, o quizás sobretodo, el cine de acción necesita que algo, aunque sea algo mínimo de vida real se cuele en su historia. Ya lo dijo Robert Bresson después de ver la primera Rambo: “el viento sopla donde quiere”, (ok, no lo dijo en esa circunstancia, pero qué lindo hubiera sido). Pero lo peor no es esta pose fashion, lo más terrible de la película, y dejo de lado sus explicitas escenas de violencia - no seamos pacatos-, es el uso de la psicología y un seudo misticismo que lo cubre todo. Lo que en Drive era pura superficie y mitos cinematográficos, aquí se trata de justificar utilizando una psicología que roza lo burdo (en verdad no solo lo roza, se empantana en el). Hay dos hermanos, uno bueno –digamos-, y el otro malo, un súper policía invencible con un aura mística y una madre incestuosa, terrible en su maldad. En una escena (spoilers, ojo) llegando casi al final, el personaje de Ryan encuentra a su madre asesinada por el policía con una espada tipo samurai; el bueno de Gosling, desfigurado por los golpes del mismo agente de la ley, no tiene mejor idea que introducir su puño en el útero de su madre muerta y recién descuartizada. Sí, leyeron bien. Uno llega a pensar que después de esta escena nuestro héroe se repondrá y saldrá a la caza del maldito policía, pero no, siguen unas escenas que podrían ser oníricas o no, ya a esta altura poco importa y listo. A diferencia del buen cine de acción, en donde el héroe protagonista puede sufrir todo tipo de abusos ya que al final se tomará venganza (y catarsis para el espectador), aquí todo es frustración e impotencia.
Uno piensa en que le habrá ocurrido a aquel muchacho danés al cual le gustaban tanto las películas de acción y no encuentra respuesta posible. La película está dedicada a Alejandro Jodorowsky y entre los agradecimientos aparece Gaspar Noé. Pienso (pero no justifico), en la influencia de las malas compañías.
Quizás la culpa sea de Cannes y todos los festivales del mundo, ávidos de encontrar autores en donde simplemente hay (y me encanta este término) nobles artesanos. Ni Venecia ni Locarno le dedicaron alguna vez retrospectivas a Ted Kotcheff o a John G. Avildsen. Y está bien que así sea.
Juro que quería hablar bien de Only God Forgives. Al menos antes de verla. Pero la verdad es que prefiero reconocer mis errores y soltarle la mano al tal Nicolas Winding Refn; antes que no poder volver a mirar a los ojos a ese niño que alguna vez fui, y que tanto disfrutaba de las películas de tiros, trompadas y héroes incorruptibles dispuestos a todo con tal de salvar a la chica, y de alegrarme en las tardes de doble programa del cine Atalaya, que ya -como tantas otras cosas- no existe desde hace rato.

Marcelo Alderete

Fotos: Cecilia Barrionuevo

martes, mayo 21

Vida de Cannes V – La alimentación de los chanchos

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Cinco horas (y quizás un poco menos) después de ver la maravillosa Blind detective de Johnnie To, en función de trasnoche, vimos a las 8:30 de la mañana (y después nos quejamos de las horarios y las grillas de los festivales en Argentina) la nueva película del otro oriental tan loco como prolífico: el cada vez más indescifrable Takashi Miike. Como la felicidad no puede ser completa, Shield of straw -tal es el título- resultó una desilusión. Pero desde aquí nos negamos a echarle la culpa a Miike, alguien que nos dio tantas alegrías. La culpa, sin duda, no es de otro que Thierry Fremeaux, director artístico del festival cannino, como ya deben saber los lectores de estas crónicas.
A las pruebas nos remitimos.
En el año 2011 Miike estuvo presente en el festival en la Competencia Oficial con Harakiri, remake de un clásico del cine japones del año 1962, cuya rareza consistía en estar realizada en 3D y en ser la primera película con esa técnica en formar parte de la competencia oficial. La película era rutinaria y rozaba el academicismo, algo impensable en la obra del japones unos años atrás, pero que últimamente (cada vez más) se transformó en uno de los géneros que se suman a su filmografía. Ese género sería la película mainstream realizada para un estudio grande, con mucho presupuesto y profesionalismo. El nombre de Takashi ya era un nombre conocido para todo el mundo y no sólo para los amantes del cine oriental más extremo. Cannes lo había decidido.
El año siguiente, 2012, fue el turno de For love’s sake. Fremeaux volvió a seleccionarla, pero esta vez el lugar fue -la siempre poco interesante- Medianoche. Un lugar casi de relleno, a pesar de ser una de las mejores películas de Miike en los últimos años. For love’s sake es una historia de amor (casi) imposible, entre dos estudiantes separados por su clase social, con formato de musical en donde todo era resuelto a las trompadas. Una película excesiva, como suele serlo Takashi cuando es bueno. A pesar de su calidad, no fue bien vista por la crítica, cada vez menos paciente con el director japonés. Las razones y motivos de por qué TM filma tanto son tan misteriosos como inexpugnables. En tiempos en los cuales los directores prefieren filmar poco, cuidando sus supuestos talentos como recursos naturales a punto de extinguirse, y brindando al mundo su “arte” en cuenta-gotas, Miike continua filmando a razón de dos y hasta tres títulos por año.
Shield of straw es la adaptación de una exitosa novela japonesa (leo por ahí), pero su trama remite a cualquier película de acción (norte) americana o de cualquier parte del mundo en donde se pague sueldos a los guionistas. Un serial killer asesina a la nieta de un mega millonario y este decide ofrecer una cuantiosa recompensa a quien acabe con la vida del criminal. Obviamente, todo Tokyo se lanza a la caza del asesino y la recompensa, mientras un grupo de policías debe cuidar del criminal y trasladarlo sano y salvo de un punto de la ciudad al otro. La película termina siendo un thriller de acción rutinario, lleno de lugares comunes y exasperadas actuaciones japonesas. Poco y nada hay aquí de la locura, el absurdo o la violencia habitual que elevan las películas de Miika del resto de los mortales.
La recepción de la película fue muy mala y muchos se preguntan el motivo de su inclusión en la competencia. Como si se tratara del único título malo de la sección oficial. Al único que parece gustarle Miika cuando se transforma en un simple profesional ejecutante de guiones, es al señor Thierry Fremaux.
Entonces ¿de quién es la culpa de que Takashi Miike filme películas malas?
No más preguntas su señoría.

Marcelo Alderete

Fotos: Cecilia Barrionuevo

Vida de Cannes IV - Johnnie To y los otros

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El finado John Belushi protagonizó para Saturday Night Live un sketch en donde aparecía como un anciano, visitando las tumbas de sus compañeros de elenco de aquellos años, Gilda Radner y Dan Aykroyd, entre otros. Belushi terminaba en el cementerio bailando sobre las tumbas de sus amigos y diciendo que nunca iba a morir, por qué él era un bailarín.
En estos días se informaron dos robos en la ciudad de Cannes. Uno de ellos sobre unas joyas en un lujoso hotel (sí, casi salido de una película) y otro al vicepresidente del China Film Group, a quien le desapareció el equipaje integro. El tercer robo, (y que no salió en las noticias) ha sido la inclusión de Blind detective, de Johnnie To en la devaluada sección de medianoche, en vez de participar de la competencia oficial, lugar que debería ocupar por méritos propios.
To no es sólo uno de los más prolíficos y talentosos directores actuales, sino alguien que cambia de géneros y estilos sin perder originalidad ni calidad. Todos estos atributos que comparte con su colega oriental Takashi Miike.
Blind detective es una disparatada comedia (y he aquí la segura razón de su exclusión de la competencia oficial), que se mueve en el absurdo con una gracia y velocidad pocas veces vistas.
Andy Lau (protagonista junto a Tony Leung de Infernal affairs, mérito suficiente para haberse ganado ya el paraíso cinéfilo) encarna al detective del título, un ex-policía ciego que es considerado por la co-protagonista, una bella mujer policía con baja autoestima, como “el dios de los detectives”. La trama, una serie de casos de asesinatos que la pareja se encargará de investigar, es sólo una excusa para mostrarnos al dúo atravesando por diferentes situaciones cada vez más absurdas y ridículas, como divertidas e inesperadas. El talento cinematográfico de To es indudable, utilizar el término puesta en escena es quedarse corto, habría que inventar una nueva palabra para hablar de la forma en la que filma Johnnie To.
Hay algo raro en la manera en la que está vendida la película desde su poster y desde el texto del catálogo del festival, incluso desde la página de IMDB. La información que dan estos sitios hace pensar en un policial clásico y no en la tremenda comedia absurda que en realidad es.
Una comedia en donde se lucen Andy Lau como el detective del título, un cretino al cual le gusta disfrutar de la buena vida y la comida (es común el consumo de alimentos en el cine oriental, pero aquí llega a niveles inusitados) que utiliza su ceguera y un extraño poder sobrenatural para resolver crímenes y la hermosa Sammi Cheng (Andy y Sammi levan realizadas más de cinco películas como pareja), maltratada de todas las maneras posibles por el héroe hasta, finalmente, lograr su corazón. Como suele decirse, no conviene contar mucho más, aunque reducirla a su trama sería algo absurdo, ya que no hay manera de estar preparado para esta mezcla de buddy-movie, historia de amor y comedia física que incluso llega a lograr momentos de tristeza y emocionarnos genuinamente con su final. Sí, Mister To, por favor, no nos prive de Blind detective 2.
En la película, el baile tiene su porqué en la trama (tango argentino, para ser más precisos), aunque no se trate de un musical. Aquí los que bailan son los intérpretes, al ritmo de un director que parece saberlo todo del cine.
Al igual que Belushi, ni Andy Lau, ni Sammi Cheng, ni Johnnie To van a morir nunca, por que como queda demostrado en Blind detective, ellos bailan; mientras el resto de las títulos que participan del festival miran avergonzados, congelados de tanta solemnidad, semejante muestra de humor, gracia, libertad y, lo más raro de todo en esta edición de Cannes, de tanto cine.

Marcelo Alderete

Foto: Cecilia Barrionuevo

domingo, mayo 19

Vida de Cannes III - El que no salta es un holandés

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Dice el amigo Diego Lerer en su nota, para los no menos amigos de Los inrocks (leer por aquí), que el festival de Cannes está saturado. O algo así. Basta ver la marea humana que se mueve en el mercado (ya volveremos sobre este particular sitio) o que trata de entrar a las funciones de los títulos más requeridos. En el día de ayer, después de una hora y media de espera bajo la lluvia (no torrencial, como -me dicen- es la que caía en ese mismo momento en mi Buenos Aires querida), junto a alrededor de 600 personas (no pregunten cómo hicimos el calculo) nos quedamos afuera. Repito, nos quedamos afuera de una sala (la Debussy, dedicada a la sección Un certain regard) de 1068 asientos. 
Continuando la comparación con un videoclub, en Cannes cuando llueve, ocurre aquello que pasaba en los videos-clubs ochentosos en un fin de semana de lluvia. Todas las películas más o menos interesantes ya habían sido alquiladas por otros. Y lo que quedaba en las góndolas, simples restos que nadie en su sano juicio quería. O quizás, quedaban algunas joyas, que, al no estar en las secciones competitivas que tanto atraen a la masa festivalera, nadie les prestaba atención o pasaban por alto. ¿Y donde se encuentra esas películas en Cannes?, en algo apocalípticamente llamado El Mercado (Marché du film, para los entendidos, esa gente).
Pero volvamos al tema de la sobre-población de personas en el festival. Cannes es un negocio y un negocio demuestra que funciona cuando más vende. Y eso entonces es lo que hace Cannes, vender. Credenciales que promedian los 300 euros, funciones de películas espantosas, stands a países que carecen de una mínima tradición cinematográfica. Todo esto ocurre en El Mercado, que termina funcionando como la caja chica (y no tanto) de todo el festival. Calcular el dinero que genera el mercado asusta por las cifras millonarias a las que se puede llegar calculando muy por arriba. Pero esto es un trabajo periodístico que no nos detendremos a hacer. Para eso hay otra gente a la que le gustan más los números y las cifras.
En el mercado, paralelo a lo que ocurre en las secciones oficiales del festival, proyectan una cantidad enorme de películas de todo tipo. Aquí no importa la calidad. Son funciones que los agentes de venta, dueños de la distribución de las películas, organizan pagando sumas que desconocemos. Entonces ahí, al Mercado, van a parar desde grandes títulos a películas cuyas temáticas lidian con gorilas que juegan al béisbol  o una saga de vampiras lesbianas que ya va por su tercera entrega. Puede parecer que exagero buscando un efecto cómico, pero no es así, todo esto está basado en hechos verídicos y películas existentes. 
Entrar a las funciones del Mercado suele ser fácil, excepto para algunas proyecciones que son sólo para compradores de películas. Una cosa buena del Mercado es que los periodistas no pueden ingresar a estas funciones. Es decir, ellos, que son estrellas del festival, para el Mercado no sólo no existen, sino que en sus grillas figura que está prohibido que entren a algunas de las funcionas. El capitalismo llevando a cabo una extraña justicia poética.
Paro basta de hablar mal de El Mercado. El día que nos quedamos afuera de la película de nuestra amada Sofia Coppola, ahí estuvo el bendito Mercado para solucionarnos la vida y darnos alguna que otra alegría.
Apenas cruzando la calle donde se encuentra la sala Debussy, están las simpáticas y pequeñas salas Arcades, 1,2 y 3, y ahí vimos V/H/S 2 (dirigida por varios), continuación de aquella antología de terror registrado en aquel noble formato. A pesar de lo que dicen los críticos dedicados al género de terror por la red de redes, esta segunda parte no es muy superior a la primera y peca de casi los mismos errores. Esto es, forzar que la narración esté ligada al formato (no siempre VHS) en el que la película es registrada por alguno de los personajes dentro de las historias que se cuentan. En algunos casos funciona muy bien, como en el capítulo llamado Un paseo en el parque, donde vemos dicho paseo a través de la mirada de un zombie y en otros, como en Slumber party alien abduction (el mejor título de la historia del mundo), el recurso termina reduciendo los logros de una gran historia en donde unos adolescentes dispuestos a pasar un fin de semana salvaje se ven enfrentados a una invasión alienígena. Esta historia, por ejemplo, está registrada por un simpático y peludo can que lleva la cámara atada a su cabeza. Así como suena. El terror casi siempre funciona mejor cuando sus fronteras se mezclan con el ridículo. 
De ahí nos fuimos a ver Dark blood, de George Sluizer. Cuenta la leyenda que esta fue la última película de River Phoenix y que su director, a causa de la muerte de la joven estrella, no pudo terminar. Por diferentes motivos, largos de explicar y no tan interesantes, la película fue (por decirlo de alguna manera) terminada por su director y exhibida públicamente en algunos festivales, entre ellos el de Berlin. La admiración y un poco el morbo de ver esta obra casi maldita, nos llevó a verla con cierto entusiasmo. Lamentablemente decir que la película está terminada es una exageración. Lo que hizo el director fue editar el material filmado y agregarle su voz en off, cual comentario de DVD, a las escenas que deberían estar pero debido a la desaparición de Phoenix, no existen. Entonces ahí aparece la voz de Sluizer diciendo cosas como: “en este momento River Phoenix debería aparecer mirando un águila que se pierde en el infinito”. Y va incluso más allá, aclarando a veces los sentimientos que (se supone) están demostrando los actores en escenas que sí fueron filmadas y las estamos viendo. Por ejemplo: “aquí el rostro de Judy Davis nos muestra la represión de su vida sexual y como sus primitivos instintos florecen nuevamente al sentir el cuerpo joven de River Phoenix”, mientras lo que vemos es a Judy Davis poniendo unas caras raras que no dicen mucho. La trama de Dark blood cuenta la típica historia de una pareja de cuarentones intelectuales, él actor, ella no recuerdo qué, perdidos en un paisaje hostil y que son rescatados primero y luego secuestrados, por el salvaje original de Phoenix. No sólo todo es un lugar común detrás de otro, sino que uno llega a preguntarse, cómo fue que en algún momento se llegó a pensar que tanto la mencionada Judy Davis como Jonathan Pryce (quién supo ser Perón, pero aquí, con su saco cruzado, está más cerca de Nestor), eran buenos actores. Al verlos es esta película poniendo caras de intensidad, la fama y el prestigio del que supieron gozar se transforma en un verdadero misterio. Otro caso es el de River Phoenix, quien en su versión pelo negro muy corto, demuestra que sin un director detrás de cámara, lo suyo era muy limitado. El mito que sobrevino con su muerte, es otro tema. Presentar esta película como algo terminado es un timo, pero al ser exhibida en el Mercado cannino, se aplica eso de ladrón que roba a ladrón y aquí no ha pasado nada. 
Otra cosa que llama la atención es que la película, originalmente una co-producción entre USA, UK y Holanda, fue finalizada gracias a los aportes de una asociación holandesa. Siempre me llamó la atención la insistencia de los holandeses en ayudar a los cineastas de otros países (aunque este no sea justamente el caso) a realizar sus películas, cuando ellos carecen de una cinematografía de relevancia. Quizás deberían dejar de preocuparse tanto por los otros y tratar de filmar ellos mismos buenas películas. Pero esto es muy complicado, mucho más fácil es hacer como en el Mercado cannino y pagar para tener nuestro lugarcito en eso que se llama la industria del cine.

Nos vemos en la próxima, si la lluvia lo permite.

Marcelo Alderete

jueves, mayo 16

Il Divo: Rufus Wainwright en Buenos Aires

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Dios le da pan a la que no tiene dientes y apareció un amigo con entradas para ver a Rufus Wainwright. Rufus (aka Rufus Wainwright) es un artista que te gusta o no te gusta. Y a mi no me gustaba. Aunque le puse onda. Por eso ir a verlo era una misión extraña. Confirmar ciertos prejuicios de chica con sus mañas. En lo general me gustó más de lo que esperaba (no tuve que tomarme una paso de los toros para cortar tanta dulzura) y en lo particular me gustó menos. Ninguna canción me partió el corazón aunque eso sí; de tanto que volaba mi cabecita cuando le daba al piano y al fraseo virtuoso tuve tiempo para repasar todos mis últimos desastres sentimentales. Rufus también es menos estrella y rimbombante de lo esperado lo que fue una pequeña decepción. Un muchacho simpático que me hacía acordar a mi amigo Chris lo que ayudó mucho. Charló bastante, mostró su bufanda con los colores patrios y hasta compuso un tango. De estar Susana en el aire lo llevaba al living, se lo comía a besos y metía más rating que Tinelli. Cuando esperaba en la puerta muerta de frío pensaba en cuántas caras satisfechas a mi alrededor, como diría Bolaño. Y zas, estoy hecha una bruja porque Rufus pregunta antes de irse sino estamos todos satisfechos. El lo estaba. Porque lo hizo; se hizo famoso. Tan famoso que llegó hasta la Argentina. Me hizo acordar de un chico que vino a casa y estaba tan excitado de haber cruzado la avenida Santa Fe hacia el Sur. Contó también que Nueva York era demasiado pequeña para albergar a él y a Jeff Buckley al mismo tiempo pero que después de triunfar lo conoció en persona y es una estupidez total odiar a otros artistas porque uno nunca sabe cuándo se van a tirar a un río. En ese momento pensé que tendría que cruzarme la calle a ver a boca. Chiste. Después contó que sus tres personas más queridas eran su esposo, su hija (o hijo, ya lo olvidé estaba pensando en las compras de mañana) y su madre, ¨que ya falleció¨. En ese momento el teatro entero suspiro y pensó; pobre Rufus; las estrellas también sufren. Le dedicó una canción ¨My mother is in the hospital/ my sister in the Opera¨….A la salida todo el mundo parecía jurado de American Idol; ¨tiene una voz impresionante¨. Y si. Ya descubrieron que en verdad quería estar con otro chico. No es de Rufus la culpa. De él entiendo todo. Por qué tiene éxito; por qué su fans lo aman. Lo que no entiendo es porque le gusta a mis amigas que son unas reventadas.
Miss Mundo.

miércoles, mayo 15

Vida de Cannes II - El hotel de un millón de dólares

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Después de un muy largo viaje de más de 20 horas arribamos a Niza. Llegar de noche a la ciudad, alrededor de las 24h, implica muchas cosas. Primero el hecho de satisfacer el hambre, ya que los amigos de Iberia ahora te cobran si querés comer algo en el tramo de Madrid a Niza. Segundo el llegar al hotel y realizar todo el tramite correspondiente. Sobre todo si el hotel es atendido por sus dueños que a esa hora duermen. Nuestro hotel, al cual a partir de ahora llamaremos nuestro hogar y/o nuestra casa, es una de las cosas más lindas que me pasaron en mis visitas a Cannes. No por que el hotel sea lujoso (todo lo contrario), sino por que se trata de un lugar muy particular. La habitación parece sacada de esos edificios de departamentos marplatenses construidos en los años 70, esos que parece fueron pensados y diseñados para turistas de una zona con playa. Ascensor de 80 por 70 centímetros, en el cual a duras penas entran dos personas, pero -nos indica un cartel- lo pueden utilizar hasta 3; aunque no da una explicación, ni indicaciones de cómo podría ser esto matemáticamente posible. Sigamos con la descripción: pisos de cerámica (simil marmolado), paredes blancas con revoque rustico y muebles de madera terciada. Lo único que nos indica que no estamos en la balnearia ciudad argentina es que el inodoro queda en un cuartito de un metro por un metro, separado del resto del baño. Completan la decoración, un televisor 21 pulgadas colgado a la pared y una video-casetera dada vuelta (misterio), que contiene en su interior un casete vhs trabado (más misterio). Prometo antes de que llegue le momento de abandonar el hotel, tomarme cinco minutos, desarmar la video casetera (como ustedes saben, me gané la vida haciendo esto antes de que el cine me rescatase) y ver que película contiene en su interior el atascado VHS. Seguramente será algo mejor que algunos de los títulos que nos preparó el señor Fremaux para su competencia oficial. No te enojes Thierry, es un chiste. También hay por ahí un pasa-casetes, eso sí, doble casetera. Por suerte me traje varios mixtapes que me preparó el amigo Conde.
Queda mucho tiempo por delante, así que volveremos al bendito hotel, del cual no daremos su nombre, ya que de hacerlo se corre el riesgo de ponerlo de moda y que se transforme en un Chelsea Hotel cannino. Un último detalle. El lugar en el que se desayuna, es un entrepiso en donde nos recibe una jirafa de madera rodeada de plantas (sí, leyeron bien). Tiene alrededor de 10 mesas pero, hasta el día de hoy, nunca vimos muestras de que haya sido utilizado por algún otro huésped. De hecho y para serles sincero, tampoco vimos siquiera rastros de otros habitantes en el hotel. El detalle que no haya nadie sirviendo los manjares que están ahí, listos cada vez que llegamos, sólo le agregan más misterio y mística a este lugar del cual ya empezamos a preguntarnos si realmente se trata de un hotel o si estamos viviendo en la casa de alguna familia que en cualquier momento puede volver. Son los riesgos que implican esta profesión.
Después de una breve pero tensa espera, logramos tener nuestras acreditaciones. Cannes parece crecer cada año y la marea humana que circula por él, parece no tener forma de ser controlada. Uno se pregunta que extraños mecanismos funcionan detrás de todo esto, para que semejante festival funcione de la manera en la que lo hace. El dinero es un factor, claro, y por ahora quedémonos con eso. Vamos a las películas.
Frances Ha (2012), de Noah Baumbach, funciona de alguna manera como la versión femenina de Greenberg (2010). Menos psicótica y (a pesar de estar filmada en blanco y negro) mucho más luminosa. La película cuenta la historia de Frances, una joven que está cerca de los 30 años. Uno podría pensar en la serie Girls y Lena Dunham, con la que comparte ciertos temas y un actor; o, por qué no, con que alguna vez la divina Greta Gerwig haga su propia serie, del cual está película bien podría ser el piloto. La diferencia está en que Baumbauch es cinéfilo y sus constantes referencias siempre tienen que ver con el cine. Una escena en particular homenajea directamente a Mala sangre (1986) de Carax, corrida alocada y Modern love de David Bowie sonando de fondo. Continuando con Carax, Baumbauch sabe que el cine es la mejor herramiente para mostrar la sonrisa de la velocidad -algo que supo imprimir en su guión para Madagascar 3 (2012)- y por momentos, sobre todo en su parte del medio, la película vuela. Y lo hace gracias a la liviandad de Greta, que atraviesa la película bailando y corriendo, incluso cuando está sentada hablando y poniendo sus caritas. El encanto de los actores es el truco más viejo del cine y en eso basa todo su encanto Frances Ha. Es que su truco está tan a la vista, que se vuelve inocente. Algo que no está mal, sobre todo en el cine de hoy, cargado de una pesadez y seriedad cada vez más insoportable.
Greta (o Frances), corriendo de un lado a otro, buscando trabajo o novio, yendo a fiestas o quedándose en su casa tirada en el sillón para ver películas francesas, en el fondo, representa a todas las chicas del mundo. Y pocas cosas más hermosas en el cine (y en el mundo) que las mujeres. Se parezcan a Greta o no.
Me despido, en una hora arranca El gran Gatsby en la versión de Baz Luhrmann. Y la lluvia, incesante en Cannes (y me dicen también en Buenos Aires), no deja de recordarnos aquello de “botes que reman contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado”.
Nos vemos en un rato.

Marcelo Alderete

Fotos: Cecilia Barrionuevo

martes, mayo 14

Up in the mountain

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Esta mañana salí con la bici a devolver el equipo. Llevaba en la espalda las piquetas que parecen armas de guerra; sobresalían de la mochila hacia los costados de manera bastante amenazante; corté hojas de árboles, asusté señoras y taxistas. Anoche llegué pasada la medianoche y mientras comía un salame terminé de ver la chica del dragón tatuado (o algo así). Me encantó. La chica, la película, esa madrugada. Es mucho mejor que la versión sueca (supuestamente original) y supongo que mil veces que el libro que no pienso leer nunca pero nunca. La dirige Fincher. Mi habitación se parece cada vez más a un campamento. Shackleton en su cuartel de invierno rodeado de libros, tapado casi por la nieve, esperando. La infinita paz de un campamento en días sin viento como nos tocó. Cuando ayer comíamos ya en la ciudad bajo unos árboles tranquilos decíamos que parecía domingo y no lunes. Domingo al mediodía, cuando todo es soleado. La mayoría disfrutaba que fuera un lunes y estuviéramos allí lo más panchos. Para mí el extra lo daba que ayer pasé la noche del domingo sin saberlo. Organicé mi vida para evitar el atardecer de los domingos. Qué querés ser cuando seas grande? No es el qué, es el cómo. Como si no hubiera tiempo, como si cada día fuera un nuevo y único día. El mismo día fresco. El primer día de la humanidad.

Nos levantamos a las 4 de la mañana y salímos en la oscuridad en fila; las lámparas frontales dando un pequeño haz de luz, caminando lentamente como si fuéramos una lenta e insidiosa invasión extraterrestre. Hacia un lado las paredes de roca y la noche, a nuestras espaldas y desde la planicie la mañana que avanzaba. Después el primer rayo y la montaña que se vuelve anaranjada, roja, tierra. Toda la fatiga para ver esa transformación. Y llegar a una cima. El punto donde ya no hay más arriba. Hay otros puntos más altos claro, pero aquí ya no se puede subir más. Y abajo las nubes. Y entonces estamos todos alegres; y nos abrazamos y felicitamos por haber hecho algo inútil. Abajo, como en las películas, como en L.A. vista desde Hollywood, la vida continúa. Ya bajaremos a hacer cosas con sentido. Y a tratar de convencer a otros que acá arriba todo es bello. Dejé las piquetas y los crampones y volví a casa a escuchar la música nueva del día. Un dúo llamado Escondido. No podía haber esta mañana mejor nombre. Un disco bárbaro che, The ghost of Escondido. Una canción para empezar la semana; Special Enough. Se consigue en Exystence.net De nada.
Dj malhumor.

lunes, mayo 13

Vida de Cannes I - El videoclub más grande del mundo

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Para Maui, el único que le dijo "no" al Festival de Cannes.

Después de ver los títulos seleccionados para la competencia de la edición 2013 del festival de Cannes, la número 66 en su historia, uno se pregunta si esa idea de un director artístico único, que toma todas las decisiones y elige personalmente cada una de las películas es algo bueno. En teoría sí, esta debería ser la forma. La democracia aplicada a las artes (desde la realización hasta la curaduría), nunca dio buenos resultados.
Obviamente en el párrafo anterior hablo de Hans Hurch y su monárquica Viennale. Pero la Viennale es un festival de cine. Cannes es otra cosa. ¿Qué otra cosa? No lo sabemos. Creo que de hecho, nadie lo sabe.

A diferencia de otros años, basta repasar la lista de films seleccionados en la competencia (ver aquí) para darnos cuenta que algo no está del todo bien y que esa lista no genera ningún tipo de entusiasmo a priori. Excepto alguna sorpresa, no se esperan grandes revelaciones cinéfilas para este año. Todos o casi todos los presentes son nombres conocidos, con largas trayectorias, o al menos, con obras (y carreras) consideradas “importantes”. De los 20 títulos, ninguno es una ópera prima y tres de ellos son previos ganadores de la palma de oro. No es un apunte menor. Tampoco es menor el dato que muchas de estas películas pertenezcan a ese género llamado “de época”. En años pasados, la selección de films en competencia también supo ser un rejunte de grandes nombres, pero una cosa es que Terrence Malick nos desilusione y otra es esperar que la nueva de los Cohen, al final, no esté tan mal. Ni hablar de las nuevas películas de gente como Alex Van Warmerdam (en su filmografía figura una película con la actuación de Ulises Dumont) o Abdellatif Kechiche. Destaco a estos dos, porque pertenecen a esa extraña (y poco confiable) raza de actores devenidos directores. (Usted no escuche esto, mí querido Vincent Gallo). No hay nada malo en el mainstream (sostienen algunos y es materia discutible), pero sí en el mainstream medio pelo (y aquí no hay discusión posible).

                 
Cuando en la Argentina surgieron los primeros videoclubs, los había de dos clases: los especializados, manejados por gente que gustaba del cine y trataba de que ese gusto se vea reflejado en los títulos a disposición del público (obviamente, sin dejar de lado lo más comercial) y los que vieron en esta nueva actividad simplemente la manera de hacer un negocio. No hay nada malo en esto. (Supongo que los que instalaron canchas de paddle tampoco conocían mucho de la historia de este particular deporte. Desconozco los motivos e inquietudes de los que abrieron parripollos). 
El riesgo que corre Cannes es el de transformarse en un videoclub de esos que sólo ofrecía a sus socios esas películas que iban a la góndola principal. Títulos de un prestigio artificial, obras importantes en su temática y formalmente rutinarias o nulas, sostenidas por una maquinaria que tiene que ver con muchas cosas pero poco con el cine, y dejar de lado esos otros títulos que todavía mantienen con cierta vida -respirador artificial mediante- al cine. El 2010, año en el que para sorpresa de todos Apichatpong Weerasethakul se llevó la palma de oro por Uncle Boonmee Who Can Recall His Past Lives, es un recuerdo cada vez más lejano. 
Ni que hablar de otros tipos de cine, más cercanos al muy mentado últimamente “género”. Johnnie To, uno de los directores más relevantes de los últimos 20 años, sólo ocupa un lugar en la desganada medianoche cannina. Takashi Miike sí parece haber hecho bien los deberes y ocupar una de las plazas de la competencia con lo que parece ser un thriller policial. En el noble, prolífico y enloquecido japonés están muchas de nuestras (pocas) esperanzas. 

Y mientras tanto -y seguimos acumulando evidencias- la sección llamada Cannes Classics, dedicada a películas “antiguas” en versiones restauradas parece cada año crecer más y tomar mayor relevancia. Una selección bastante esquizofrénica que pone en el mismo nivel a Chris Marker, Patrice Chéreau y una serie de rutinarios documentales. 
También llama la atención que esta particular selección, la de la competencia oficial, sea hecha en un momento en el que Cannes goza de mayor poder sobre eso que podríamos llamar la industria del cine (el artístico y el otro, que ya son casi lo mismo). Sobre todo después de haber sido el lugar del punto de partida de las dos últimas películas ganadoras del Oscar a mejor película extranjera. Escribo esto sobre el Oscar y me pregunto si en el siglo XXI todavía hay gente que le presta atención a este premio entregado por guionistas, peluqueros y directores de fotografía (aclaro que mi confianza está en los peluqueros, noble oficio que supo ejercer mi amada y sufrida madre).
¿Qué fue lo que condujo a Cannes a esta selección entonces? Es difícil de analizar, suponer o siquiera adivinar. No debe existir cineasta (y aquí estoy suponiendo), que se anime a rechazar ser parte de este festival o evento o como lo queramos llamar. Por otro lado, los festivales más prestigiosos del mundo son cada vez más fáciles de identificar y los programadores de estos establecen lazos dejando en claro quiénes son unos y otros. Es un juego entre un grupo de iniciados. Pero también un juego de poder que establece nombres, cánones y esas cosas. Cannes parece descreer de estos festivales y encerrarse en una mirada autista sobre el cine. Una especie de (y volvemos a este bendito y repetido termino) cinema de qualité en versión aggiornada.
Y, si bien es otro tema, también es raro que incluso algunos de estos festivales prestigiosos, tampoco miren con malos ojos a Cannes y su mercado, y establezcan colaboraciones que, nos dicen, ayudan al cine. Se sabe que es difícil despreciar la palmada en el hombro de los dueños de (casi) todo, y nada más lindo que sentirse parte de ese grupo, aunque sea por un rato. 

A diferencia de lo que ocurre en la novela de Philip K. Dick, La penúltima verdad, en donde unos pocos poderosos le hacen creer al resto de la humanidad, que el mundo tal cual lo conocíamos había desaparecido; el truco de Cannes consiste en hacernos creer -por un momento- que todos somos parte de lo mismo y que eso llamado -por ahora- cine, todavía goza de buena salud.
No sé que es más cruel.

PD: al escribir esto me doy cuenta de que cualquier persona podría desestimar todos mis argumentos mencionando la programación del festival para el cual trabajo. Y tendría razón. Aunque sería muy injusto comparar cualquier festival del mundo con Cannes. Al pensar sobre esto recuerdo el prólogo que Truman Capote escribió para su libro Los perros ladran. Ahí Truman contaba la historia de un cuervo que tuvo como mascota durante un tiempo. Lo particular de este cuervo es que se creía perro y adoptaba todas las costumbres de dicho mamífero. Y así iba por la vida el pajarraco, tomando actitudes que le eran totalmente ajenas y creyéndose algo que no era. A causa de esto un día el pequeño cuervo cruzó la calle caminando, negándose a volar como le indicaba su naturaleza y -se me hace un nudo en la garganta- un auto lo atropello causándole, obviamente, la muerte. El bueno de Capote sacaba como conclusión que está bien actuar y comportarse de una manera distinta a la que nos indica nuestra naturaleza y el lugar que ocupamos en el mundo, y que esa es la única forma de lograr que las cosas ocurran o cambien. Aunque esa actitud llevada al extremo, nos depare un futuro como el del noble cuervo, a quien van dedicadas estas palabras, escritas por alguien que se cree programador de un festival de cine.

Marcelo Alderete