Estoy sentado sobre la parecita superior. Mirar abajo da un poquito de vértigo. A un costado está el libro que estaba leyendo cuando subí; ¨El rumor del oleaje¨ de Mishima. Comienza con una magistral descripción de la isla de Utajima (mil cuatrocientos habitantes, apenas 5 km de perímetro), un joven pescador avanza - como observado desde lejos - hacia un faro, lleva un gran pez colgando de un palo.
Una vecina vacía un balde; las terrazas vista desde aquí arriba se ven desordenadas; como la parte de atrás de un decorado. Bocinas, llora un bebé (es Lena). Las laderas de la Tramontana se ven muy verdes; sin embargo yo se que son muy secas, como todo el paisaje. Chimeneas, antenas; acelera una moto; ahora un ladrido insistente. Comencé otros dos libros que terminaré como un trabajo. "Camilieri" (sobrevalorado como todos los policiales, vengan de Italia o Escandinavia, de los últimos tiempos; con Simenon alcanzá y sobra) y una novela histórica de un alemán que estudios letras y ¨narra espléndidamente¨. Quisiera que la siguiente afirmación sea verdadera: ¨Antes jamás dejaba un libro o una película sin terminar; ahora raramente lo hago¨. No soy del todo libre para hacerlo. Sin embargo leo - estos dos libros - con desgano y a vuelo de pájaro; como la típica toma donde alguien en una película lee; así de ligero y rápido. Hay muchas Yucas en los jardines. Limoneros, cipreses y muchos más árboles y arbustos de los que desconozco el nombre y que no podría diferenciar de cualquier otro árbol o arbusto. La luz del sol escondida ilumina distintos sectores de la sierra; es la luz gentil del atardecer. Hay ropa tendida en todas direcciones (en todas las direcciones en que mire quiero decir). Un chavalin lleva a otro sobre el manubrio de la bici. Los procede un perro más bien chicuelo de color café con leche. Reposeras, sillas; tablas apoyadas de cualquier forma (Lena ya no llora, grita). Faroles en todas las calles. Un mujer habla en mallorquín con una voz muy alta. De todos los idiomas latinos que he escuchado este es el más incomprensible de todos; en comparación el catalán y el rumano parecen familiares. Campanadas. La mujer habla como si estuviera rezando. Tal vez lo esté haciendo; no puedo decirlo; por otra parte es solo una voz. Las nubes se movieron y aunque el sol sigue oculto puedo ver ahora la construcción en la cima del Puig Major. Un hombre sube el capot del auto y se zambulle en el motor. La hija (debe ser la hija) lo observa. Pronto empezará con preguntas. Un poco después se aburrirá y se irá. O será el padre quien le diga que se vaya a jugar con su hermano o a molestar a la madre. Ahora otro hombre (un vecino, el tío, el cuñado) entra en escena y observa con la cabeza también inclinada sobre el motor. Hay muchas persianas bajas y puertas cerradas. Veo el pueblo entero, sus contornos imprecisos, los campos aledaños, algunos caseríos que brillan iluminados por rayos perdidos. La cima de los cerros están peladas, en general son redondeadas; hay también algunos picos aquí y allá; algunos movimientos de tierra después de la lluvia han dejado algunas laderas desnudas que aparecen como manchones blancos. Me bajo de la parecita; me desperezo, bajo a buscar una cerveza.
Dj malhumor.
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