viernes, diciembre 10

En Patagonia


El Chaltén amaneció con la nieve en los talones. Tan feo estaba arriba que los cóndores volaban bajo, casi sobre las cabezas. Todo es ya pasado. Los que estaban dando la vuelta al hielo ya fueron rescatados. Uno no pudo hacerlo y murió de frío, literalmente, se congeló. Me enteré que estaba pasando mientras pasaba música en un bar después de bastante tiempo que no lo hacía. Los rumores empezaron a escucharse en el local. En el pueblo llovía y arriba nevaba, el viento había sido tan fuerte que se llevó un campamento entero; carpas, bolsas, equipo, todo. Tenían que pasar la noche en una cueva de hielo. Placebo versionando a los Pixies fue la canción de la noche. Dónde está mi mente. Volando lejos. Había caras de preocupación y el conocimiento de que pueda pasar y había pasado, que son las reglas. El día que siguió encontré por fin a Ceferino. Ceferino está en mi top five de personas especiales. Otro es un amigo psiquiatra que tocaba la guitarra con una careta para que no lo reconocieran los pacientes; otro es el loco Andreas perdido en el salar del hombre muerto; otro es García recorriendo Uruguay a caballo; otro es Federico que se crió en un circo y el primer día que lo conocí, en la casa más antigua de Paysandú, en un mirador al río, me leyó primero un discurso de Krishnamurti y al día siguiente una carta de su padre dirigida a él y su hermano mellizo cuando tenían unos diez años, no recuerdo palabras más emocionantes; otro es Banksy, un tipo que escribe grafittis y dibujó entre otras cosas una ventana en el muro que quiere encerrar a Palestina. La lista es larga afortunadamente; hay bastantes más; pero Ceferino no solo es especial, es inteligente, buena persona y de otro mundo. Lo bueno de la Patagonia es que siguen sobrando personajes. Claudio me contó de un amigo que llegó al pueblo preso por la gendarmería por andar en kayak sin permiso por los fiordos chilenos tratando de llegar al Cabo de Hornos. Bajaba desde la altura de Santiago, había navegado ya un par de miles de kilómetros cuando lo pescaron y terminó en Puerto Natales. Como se quedó sin dinero se puso a hacer lo único que sabía, enseñar a la gente a usar su bote. Cuando juntó algo más de plata siguió viaje al sur ahora con el kayak camuflado. Llegó al Cabo de Hornos una noche. Golpeó la puerta de los gendarmes que no le abrían muertos de miedo pensado que era un fantasma o un espíritu. Se lo volvieron a llevar preso pero está vez había cumplido. Tal vez el pibe fue el primero en llegar tan al sur en un kayak, pero pocos lo saben, apenas unos curiosos y amigos. Los ingleses en cambio tienen una industria enorme de expediciones y records. Es verdad que muchos murieron intentando viajes alocados, pero iban en nombre de su majestad y con toda una nación detrás; con todos los recursos también. Las historias de estos locos en cambio son anónimas. Las hay de todo tipo. Como una chica que encontré juntada con un peón de estancia y cuatrero. Muy morosita ella, de un barrio de chalecitos del Oeste de Buenos Aires, de colegio privado y todo. Una versión moderna de La cautiva de Borges. O ese otro cuento de la inglesa que se quedó entre los bárbaros. O el guía con pinta de mapuche que me dice que no hay mejor manera de empezar la mañana tomando unos mates mirando las montañas y escuchando a The Jam, That's entertainment, that's entertainment.
Ayer Ceferino iba por el campo con los nueve perros cuando en los matorrales vio el puma. Los perros no lo habían olido. Estaba ahí, a dos metros. Ceferino es Correntino y nunca vio un puma sin embargo lo tomó como lo más natural del mundo. Un puma; en Corrientes son los búfalos, los chanchos salvajes y de vez en cuando un lobo (que no son dañinos). Pegó el grito y los perros lo empezaron a seguir. Terminó mal la historia para el puma, pero así las cosas; esta primavera le había matado cuatro potrillos.
Finalmente me puse a leer En Patagonia de Bruce Chatwin. Lo tuve en suspenso por años; me parecía un clisé, el libro que leen los gringos en los hostales. Y el libro es muy bueno, por supuesto. Historias Mínimas, Liverpool o Nacido y Criado unos treinta años antes. Todas excelentes películas. Dios está en los detalles. Los mismos personajes desclasados, perdidos y olvidados. La Patagonia de Chatwin empezó en los libros y en las historias populares, después se dedicó a viajar como si fuera un detective chambón, perdido entre el inglés y el castellano, como los detectives de John Sayles, en esa nueva frontera entre USA y México. Parte del secreto de Chatwin es que es un libro que podría escribir cualquiera, al menos pareciera. Está lleno de inexactitudes y gringadas; entiende mal los nombres, toma una cosa por otra; escucha lo que quiere escuchar. No importa. Todos somos el tonto de alguien. Chatwin por supuesto tiene debilidad por sus paisanos asalvajados; o todo lo contrario, aquellos que quieren revivir una Inglaterra que no existe. Desclasados. Todos. El conocimiento. Todo lo arruina el conocimiento y solo de eso se trata. Edipo. Chatwin sabe lo que esos galeses, ingleses y escoceses no. Que el tiempo pasó; que lo que se consideraba importante no lo era, que nada perdura. La tragedia (y la comedia) es una pequeña distancia epistemológica. Hay una sorna en el que escribe, un sentirse superior. Sin embargo tengo una hipótesis. Chatwin comienza el libro contando que viaja a Patagonia porque su abuela tenía cuando él era chico un trozo de piel de Milodón, una bestia prehistórica, que ella y él, tomaban por una piel auténtica de dinosaurio patagónico. Imposible claro. Como las habitaciones y estancias desvencijadas que el visita y de las que se ríe en voz baja y con tristeza. Viajar a Patagonia es volver a visitar ese cuarto de la infancia y observar con tristeza esa inocencia primigenia. La maldita consciencia. La única manera de no percibir el paso del tiempo y esos desfasajes de conocimiento es quedarse quieto, vivir en la ciudad, hacer lo que todos hacen. O por el contrario, moverse todo el tiempo como él mismo. Su solución al enigma; que nadie pueda decir de él mismo que estaba equivocado, que perdió la apuesta, sea la que sea.
Hay otra cosa que no ha cambiado en la Patagonia de Chatwin; el transfondo oscuro de la barbarie política; la intolerancia, el amiguismo, la corruptela permanente, los iluminados, el peronismo como una enfermedad incurable. Mañana Ceferino baja a la casa del río con asado recién carneado. Yo pongo el vino.

Dj malhumor

1 comentario:

Chalten dijo...

Excelente publicación... historias desconocidas de viajes alocados, si las habra... es lo que permite semejantes hazañas, el perfil bajo, de lo contrario te complican la existencia en libertad. Gracias por compartir!