Cuando tenía dieciocho años durante una serie de noches consecutivas tuve una serie de ataques asmáticos que me despertaban en mitad de la noche, me producían una sibilación en el pecho, consistente en un silbido extraño que parecía provenir del fondo de una caverna y que un amigo de la época bautizó el monstruo. Como no podía dormir me levantaba como un sonámbulo, me dirigía a la cocina fría y me preparaba un té con limón; mi única ocurrencia para combatir el mal. Después volvía a la cama y me dedicaba a leer uno de los libros favoritos de mi padre; La Montaña Mágica de Thomas Mann. Su otro libro de cabecera era El Idiota de Dostoievski. Mi padre lo llamaba El príncipe idiota pero creo que se equivocaba. Podría agregar a la lista Los Hermanos Karamazov que leí en otras circunstancias y que me dieron noticias por primera vez de que dios no existe. Mi padre era una persona piadosa y creyente que me proveía de esa clase de literatura. De allí me vendrá la mania de combatir mis propias creencias supongo. La montaña mágica es un libro en dos tomos que transcurre lentamente en una clínica para enfermos respiratorios en los alpes suizos. Es uno de los pocos libros del que recuerdo el nombre del protagonista; Hans Carstop. Jamás asocié mis propios problemas para respirar con lo que leía. Recién hoy reparé en la coincidencia. En la cocina de madrugada leía El Extranjero de Camus. Por dos noches consecutivas no puedo dormir y despierto a mitad de la noche. Leo un rato, veo otro capítulo de The Office y eventualmente me duermo. Son horas ganadas a la oscuridad. Como si no hubieran existido pero que en el día siguiente dejan una marca, un after taste, como una especie de sueño apenas recordado. Seguramente en algunos años descubriré a que extraña dolencia corresponde este libro que dejó olvidado una novia que ya no está.
Dj malhumor.
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