miércoles, julio 13
Dj malhumor en la cueva de los maleantes
Me contó sentado en la matera que Villaverde gritó en la noche ¨Apague la luz abombado¨. Estaban en el monte cazando mulitas pero apareció un borrego y decidieron llevarlo para las casas. Las luces eran de la policía que se los llevó presos por ladronzuelos. Estuvieron un mes en la cárcel de Treinta Y Tres donde tienen comida todos los días e incluso cable. Unas mini vacaciones; eso sí, la próxima vez van adentro siete meses. Le pregunté qué hace cuando está solo. ¨Escucho radio; salgo a dar una vuelta con los perros a cazar carpincho; comadrejas o lo que encuentre¨. Durante la mañana me acompañó a la bicicletería del pueblo porque no se deja ningún gaucho de a pie. Me llevaba ahí porque tenía fiado; iba para su cuenta. Cruzamos el pueblo rápido saludando como para que no nos pare nadie. Era enternecedor ver que le debía a cada santo una vela. Los bicicleteros de pueblo son otra raza que raramente me cobran. Todos son viejas glorias que supieron recorrer las rutas. También me acogen como un par; encuentro de aventureros en medio del desierto. Era bueno ver la luz después de pasar la mañana en el rancho oscuro. Una especie de cueva de Alí Babá. Un gran hermano de gauchos retirados, borrachines y evadidos de la ley. Era de mañana pero ya corría el vino y espirituosas de varios tipos. En un momento se pusieron a payar. El loco Juan cantaba peor que el cantante de The Pastels y le daba a la guitarra de una manera tan rústica que parecía Jim O´Rourke. Más que una payada parecía la Burt Reynold´s Emsamble. El cuadro lo completaban un par de viejos que hablaban salteado y que los usaban para hacer mandados. ¨Es un shock cultural, todavía no se qué hago acá. Pago mi pena en verdad¨. El Negro que fué el que me llevó es de Montevideo pero había recalado en el pueblo por un trabajo que después perdió y ahora no tenía cómo volver. Después deslizó algo de un robo a un banco, un botín escondido y una traición. Es un acelerado y los gauchos lo serenan con su inmensa capacidad para no hacer nada. Nos habíamos encontrado mirando la inundación. Después de la lluvia de la madrugada se había desbordado el arroyo y donde yo había planeado poner la carpa había dos metros de agua. Una milagrosa lucidez de último momento me llevó a otro lado. Un último pensamiento como una soga de salvación; como en las películas de acción, en el último segundo decidí hacer la carpa en la casa vacía. Los ruidos que escuché eran las comadrejas me enteré al otro día. Un ruido menor comparado con el de mis pensamientos luego de saber del dos a cero en Córdoba. Me invitaron a tomar mate con una caña brasileña que venden en un almacén que funciona atrás de una casa y que traen de contrabando desde Brasil. Yo creo que contrabandean de gusto. Que incluso el contrabando ya no existe; que no se enteraron que hay libre circulación de las cosas y los bienes. Son fuera de la ley natos; están en el grado cero de la cultura. Como el Robinson Crusoe de Michel Tournier en mi libro favorito de todos los tiempos; ¨Viernes o los limbos del Pacífico¨. El libro que regalé más veces junto con ¨G¨ de John Berger y ¨El vino del Estío¨ de Ray Bradbury. En otra vida hubiera querido leer solamente esos tres libros y nada más. También hubiera querido naufragar y terminar en una isla desierta. Daniel es Robinson. Al día siguiente pasé por su propio rancho, ladeado por el viento, de junco y adobe. En la entrada había un charco, regalo todavía de la lluvia. El techo es bajo y nos sentamos junto a la cocina a leña. Una especie de cueva, de madriguera de fiera solitaria. Se estaba bien. Yo podría vivir aquí. Por la puerta se veía el cielo azul e inmenso. Cuando el viento y la lluvia lo tire levantará otro. Igualmente esté duró como veinte años ya. Después caminamos un poco y vimos el rancho de Villaverde totalmente quemado. Mientras mirábamos las ruinas me contó la historia del robo de las ovejas y la famosa frase. El rancho en el campo es propio de un gaucho. En el arrabal de un pueblo es más una cueva de maleantes. El grado cero; no necesitar nada. El problema son los otros. No ya las leyes a respetar o seguir. Simplemente los otros. Los que necesitan cosas; los que tienen opiniones; los que murmullan a las espaldas. Caminamos hasta el arroyo donde está el bosquecito donde saca leña y saludamos a los dos tipos que fabrican ladrillos. Hay que saludar; lo impone el protocolo. Cuando viene con caña desde el pueblo hace un rodeo para que no lo vean y se la tomen. El gaucho es generoso pero tampoco es cuestión de quedarse pelado cada vez. El Robinson de Tournier encuentra una cueva cerca de la playa y allí se entierra en un arenal pasando no se cuantos días y noches. Especie de vuelta al vientre materno. Descenso a los infiernos también; como la búsqueda del corazón de las tinieblas. Sin embargo el rancho de Daniel no tiene nada de lúgubre. Si tiene una fuerza que me asusta. ¨Yo también podría quedarme aquí y vivir sin nada de nada¨. Preparamos un arroz con huevos fritos y después como pájaro que comió, volé. Un día inmejorable. Ni una sola nube; un solcito que calienta. Daniel lagrimeó como un hombre y nos despedimos con un abrazo. Pedaleando despacio enfilé para la cuchilla.
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