La noche comenzó en un pequeño barzucho de Bella Vista, donde unos parroquianos reían histéricamente mientras yo, ya medio borracho después de dos vasos de cerveza, le explicaba a mi amigo chileno Iván cómo funciona su país y qué hay que hacer para mejorarlo. Tras beber algo junto a unas papas fritas invisibles y poner cara de “qué buenas estaban” (el dueño del local nos hizo una boleta falsa en la que constaba lo que habíamos “comido”, porque está prohibido tomar alcohol sin comer nada. Al menos eso nos dijo), me apersoné en el Bar Loreto, en el momento justo en que empezaba el recital. El bar está muy bien para este tipo de shows. Es cool, pero no desborda coolness, se puede estar vestido de neutro y no te sentís incómodo, tiene buen sonido, y hay un buen espacio para que los fanáticos bailen, salten o sólo muevan la cabeza en señal de aprobación. No obstante no estaba repleto, algo entendible por el horario.
Estaba muy ansioso por este recital. Hace mucho que no sentía ganas de escuchar tantas veces seguidas un mismo disco, y ahora me pasó con Música, gramática, gimnasia, el segundo y último disco del dúo que componen Mariana Montenegro y Milton Mahan. La verdad es que en las primeras escuchas me parecía un buen disco de adolescentes chetos, con un par de hits muy pegadizos y otros de relleno. Pero esos hits hicieron que siguiera escuchando el disco y empezara a crecer en mí. MGG, como podrán leer en todas las reseñas, es muy ecléctico, hay momentos de funk, disco, shoegaze, están los planetas, la buena vida, early mecano y todo eso. Pero lo que para mí lo hace una gigante obra sobre la adolescencia es la amalgama perfecta entre música y letra. Y es perfecta porque es una amalgama de contrastes, de ambigüedades, de lo dicho y lo no dicho, de festividad y desesperanza, de delicadeza y crudeza. Tomemos por ejemplo, “Olas gigantes”, un electro pop ochentoso hiper pegadizo, bailable, super ganchero… ¡que narra una desaparición en el mar! Y lo hace conjugando maravillosamente la crónica anecdótica “y hacías con los brazos de manera circular” y la desesperación total. Así que uno se encuentra bailando furiosamente en la cocina de su casa un tema que cuenta cómo una persona se pierde en el mar. Todo en esa canción funciona de maravilla: el canto desgarrado pero sospechoso de Mariana, los efectos que te golpean como las olas, la melodía super pegadiza, todo. Pero es sólo un ejemplo. Volvamos al recital, por favor.
Más allá de mi fulgurante fanatismo tenía ciertos recelos con el recital en sí. Había visto videos en Youtube y parecía que la gran producción del ya mítico Cristián Heyne se perdía en las presentaciones en vivo. Tenían los temas, pero sonaban débiles, mutilados, amateurs en el peor sentido. Pero esos fantasmas rápidamente se iban a disolver y no iba a quedar ni un cachito de ectoplasma. Después de una primera parte más acústica, con temas nuevos (incluido un tema sobre los desaparecidos, lo cual en Argentina puede ser trillado o fácil, pero en Chile no, y que materializa un deseo de expresión política que ya veíamos en las entrevistas o en sus tweets), covers (de Yo la tengo y, según mi amigo Iván porque yo no lo caché, de La casa azul), y temas viejos (su primer disco, aunque a años luz, también tiene momentos buenísimos), se armó la banda completa y repasaron MGG. Me sorprendió lo bien que sonaron, con mucho cuerpo y armonía pero sin perder la fuerza y frescura del vivo. Así pasaron la cassavettiana Feedback, una canción sobre idas y esperas, incompletitudes y delays emocionales; Los Bikers, una hermosa indefinición de ternura, masoquismo y agonía, escrita según Milton para generarnos ideas perversas sin decir nada muy consistente, el histeriqueo pop irresistible de la casaazulesca Diane Keaton, la desconcertante violencia bailable de Litoral Central, el gran hit Los adolescentes y su riff y letra mántricos que te esclavizan por unos exiguos siete minutos y Lo que quieras, no de mis grandes favoritas del disco, pero cuyo final shoegazistico ultra ruidoso sonó como deberían haber sonado los Planetas cuando visitaron nuestro país hace algunos años.
Además de cancherear con que vine de vacaciones y veo recitales copados, la intención de esta crónica es transparentemente proactiva: Los invito a que le den oportunidades al disco y vayan a verlos en vivo. Están pasando cosas interesantes en el indie trasandino (tanto argentino como chileno, según desde dónde se mire). Durante mucho tiempo el indie de esta parte del mundo se limitó a ser la versión local de x banda icónica y respetable de las metrópolis. A llenar las letras con palabras raras sacadas al azar de un diccionario, a señalar las referencias, a que suene cool y nada más. Bastaba con pertenecer y que se supiera que tenías los consumos correctos. Ahora hay apuestas por la música, por la gramática y por la gimnasia, en busca de redondear obras que sean un todo formal, que compartan sentires, que cuenten algo y a la vez nos hagan bailar o saltar. Pongámosle que sigan así en el boletín y veamos qué traen el próximo semestre.
Dënver toca el próximo 16 de septiembre en Crobar, Buenos Aires.
PD: Cuando arregle mi panza negra = blackbelly = black Berry chino, subo fotos sacadas por mí… pero es que está averiado, sory.
@Juanupma
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