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Sin lugar a duda, una de las películas más inteligentes de
un director que tiene mucho más para ofrecer que los méritos que suelen
endilgársele, Brain Damage puede ser apreciada por un subtexto de inevitable
notoriedad. “Es sobre drogas” se resignó a aclarar antes de cualquier pregunta
el propio director, evidenciando lo cansado que debe estar de que pregunten una
obviedad: pocas dudas quedan al ver como su protagonista se vuelve adicto a ese
azulado líquido que le provee el fálico Aylmer (o Elmer), su propio parásito cerebral.
Afecto a los cerebros humanos, esos órganos que a su vez estimula, Elmer será
quien posea a su desolado anfitrión, en un raid de asesinatos ultra-B, siempre por
el lado bajomundero de la vida: esas calles neoyorquinas que hieden a cines porno,
librerías de segunda mano, sexo barato y falta de seguridad. Detrás de todo,
hay personajes solitarios en busca de algo que mitigue su propia miseria,
ya sea el alcohol de algún triste homeless, o la necesidad de esos chutes
elmerianos del matrimonio de vejetes que solían alojar al parásito cantor, ese
de irresistible sonrisa sinatreana.
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Por su lado, asumidamente B, Frankenhooker celebra su propia naturaleza, sin regodearse en su
bajo presupuesto. Al contrario, Henenlotter encara su película como pocos se
animan, utilizando todos los elementos del exploitation al extremo, empezando
por ese título que mezcla monstruos y prostitución,
embardunando la fórmula sagrada con mucho sexo, algunas drogas y bastante rock
and roll. Frankenputa (título
español) es una película tan alegremente desfachatada que sólo puede compararse
con experiencias como Mal gusto (Bad Taste) y Muertos de risa (Braindead),
ambas de Peter Jackson, la primera entrega de El Vengador Tóxico (The
Toxic Avenger), de Lloyd Kauffman y Michael Herz y los mejores momentos del
John Waters más juguetón: original, ponzoñosa, atrevida y con muchas advertencias
para impresionables y pacatos, al igual que Brain Damage.
La fabula del científico loco que reconstruye a
su novia con fragmentos de prostitutas, lleva su consigna al extremo del
ridículo, festejando la irresponsabilidad de un guión que no deja nada en el
camino, desde un ciclópeo cerebro como mascota a un cafishio y sus trabajadoras sexuales, alguna estrella porno en la "vida real". Aquí todo es diversión, alegría, amor por una forma de ver y
entender el cine que, desgraciadamente, no muchos directores profesan. Por
suerte, Henenlotter estuvo presente, rescatado por un festival que hace tiempo
que desatiende (por ignorancia, desinterés o torpeza) al público de medianoche
que solía estar muy presente en sus salas. Ojalá esto sea el comienzo de una
reconciliación…
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