¿Qué mejor subtitulo podía llevar esta gloriosa e inmortal genialidad que "Una fábula de rock & roll"? ¿Qué mejor momento para ver esta película que se desarrolla "en otro momento, en otro lugar", que un jueves en el que todo el país quedó en pausa, paro general de por medio, con las calles vacías? Adelantado al menos una década, Walter Hill supo hacer maravillas con una obra que supera ampliamente en ritmo, ideas narrativas y ocurrencias visuales a cualquier película de acción contemporánea. Aquí late una agilidad que aún hoy resulta novedosa y refrescante, muy por encima de la media en el cine de género.
Como en toda fábula, no hay medias tintas: los malos lo son mucho, los buenos, otro tanto, por más que tengan que poner a prueba sus motivos, repensando heroicidades. El rapto de la princesa, la sexy cantante del saloon por parte de una pandilla de forajidos con montura (con motos en vez de caballos), será la excusa para que un telegrama bien dirigido traiga al muchachito desde su destierro voluntario, figura pétrea, solitaria, con el corazón roto por la muchachita de marras. Para rescatarla de territorio enemigo, nuestro héroe deberá sumar compañeros de aventura, reclutándolos con pasmosa facilidad, todos juntos por una buena causa. Su victoria, sin embargo, despertará la furia del jefe de los villanos, un personaje impagable y carismático por los motivos erróneos, que jurará venganza pública, con duelo de por medio. Streets of Fire es, sí, un western modernoso, que se ríe con alegría de varios clichés al repetirlos con un nivel de sorna envidiable. Walter Hill y su coguionista Larry Gross (también colaborador de Hill en 48hrs, Geronimo y otras, de Wayne Wang en Chinese Box, ganador de premios y demases e invitado inexplicablemente ignorado por el propio Bafici, unos tres años atrás), supieron construir un guión ingenioso en el que la acción no decae ni un segundo, los diálogos brillan por su ocurrencia y los personajes se mueven con gran naturalidad.
Estrenada en 1984, este fabulosa poplícula rompió cabezas a lo loco, aunque su éxito fue tardío, gracias al VHS (formato que claramente amamos). Ese fracaso en salas fue el que dejó de lado sus dos secuelas, que continuarían las aventuras de Tom Cody, su cojonudo protagonista, interpretado por el pétreo Michael Paré (insert chistes sobre el apellido y su ductilidad actoral). Paré y Albert Pyun hicieron un intento de darle continuidad al personaje, pero mejor ni hablemos de Road to Hell...
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Dejando la emoción que a nivel personal causa ver una copia impecable (sí, digital, pero impecable), con el volumen lo más alto posible, no me caben dudas que esta película puede ser una gran sorpresa para más de uno. Quienes no la vieron, no pierdan la oportunidad. Lo mismo para quienes no la recuerden bien: los espera la sorpresa de una fábula de rabiosa actualidad. O, la chance de sentirse como en casa, en un día movidito, movidito...
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