Después de cuarenta minutos de espera, finalmente proyectaron Hors Satan en el Ambassador. Antes de la película, un señor me preguntó “¿qué tal la película?”. Luego de mi respuesta de rigor “Todavía no la vi”, le sugerí que siendo una obra de Dumont no esperara una acción vertiginosa, incluso directamente lo mejor era no esperar ninguna acción en particular.
En todo caso, parece un funcionario enviado por el señor, que se toma su trabajo de manera muy profesional pero sin dejar de tener sus miserias y contradicciones. Su trabajo precisamente es exorcizar, porque Satanás is in da house, y más que en la house en el town. Así se coge un par de pibas para exorcisarlas, mata a un reno, se encariña con una chica del pueblo luego de ajusticiar a su maltratador padre, realiza algún que otro milagro, toma un poco de café con leche y se come un pancito con mermelada. Hermoso. Es la cotidianeidad de la batalla entre el bien y el mal. La pelea rutinaria, de 9 a 5, por el control y salvaguarda del mundo.
Para Dumont no hay otro espacio posible para su nueva experiencia religiosa que la campiña. Su poesía mística necesita una contraparte bucólica, y el todo verde, los paisajes, los pajaritos que cantan, la extrema luminosidad (la película transcurre en un 99% del tiempo de día) y la tranquilidad abrumadora del campo son el escenario perfecto. En su mundo, lo sobrenatural y lo monstruoso sólo pueden esconderse en la más absoluta tranquilidad, en la pequeña habitación de una nena gorda de campo o en la desorientación de una turista poco afeitada. Hasta allí, como a todas partes, acuden los soldados de la Fé, para matar, morir y no morir del todo. Aunque Satán , cual Lenin endemoniado, busque siempre atacar por el eslabón más débil, allí estarán para enfrentarlo y darle para que tenga, en todo sentido.
#Ya no la pasan más... pero quizás la estrenan... ¿no?
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