miércoles, noviembre 9

No somos nada. Melancolía, de Lars Von Trier.

En una ya mítica proyección matutina en la que se intercambiaron los rollos cinco y seis generando un montaje de lo más extraño, dando lugar a zombies, personajes con alzheimer, flashforwards y mucho más, se estrenó en Mar del Plata Melancolía, la obra del enfant terrible, o mejor dicho, del hinchapelotas de Lars Von Trier. Aquella que presentó, stand up nazi de por medio, en el festival de Cannes.


Como toda persona de bien, no soy gran fan de Von Trier. Y la primera mitad de la película si bien no es de lo peor de su filmografía tiene mucho de esa cosmovisión dogma (aunque sin los artificios anti-artificios) tan adolescente y chata. Es decir, el mundo es una caca, son todos hipócritas, ay, estos rituales tontos de esta sociedad pacata, en fin. Justine (Kirsten Dunst) es básicamente Lars Von Trier. Egoísta, manipuladora, superior, no puede compartir la alegría estúpida de los demás. De todas maneras, realmente lo intenta, lo cual no la hace tan odiable. Pero la boda de por sí está llena de personajes exagerados y ridículos como el jefe de Justine que lleva su capitalismo salvaje hasta a los momentos más especiales (lo cual genera la ira de Justine, a pesar de que ella misma desprecie su boda), la madre amarga, el padre bueno pero fiestero y ridículo y la hermana superficial y perfeccionista. La boda se cancela, todo es una mierda, bla bla bla. Esa es la primera parte. Fast forwardeable.
En la segunda se ve la gran apuesta y hace pensar a la primera como un prolegómeno malo pero necesario. Luego de producirse, tras mucha agonía, el fin del mundo (o el fin total de su sentido, lo que es lo mismo) para Justine (uff cuántos recuerdos genera este nombre. Recuerdos de film zone, viernes a la noche...), se acrecienta la amenaza del fin del mundo real, también conocido como “el fin del mundo no metafórico”. Si bien los científicos dicen que no pasa nada, el planeta Melancolía va a pasar muy cerca de nuestra querida Tierra, con riesgo de armaggedonearla.

Es el momento de Charlotte Gainsbourg para lucirse en el personaje de Claire, la hermana de Justine, la que representa la fe en la humanidad, en el amor, la paz, la puntualidad, los rituales cumplidos, los gatitos, la felicidad. Mientras su esposo pseudoastrónomo le quita importancia a la amenaza, su hermana Justine no está ni muerta ni viva y su hijo sólo duerme, Claire se entrega a un frenesí de miedo. ¿Es posible que toda la perfecta vida que lleva se desmorone por un colapso de cuerpos celestes que nadie previó? En general no, pero acá sí. A partir de la segunda parte, el terror de Claire dirige la película. Cada ventisca o cada engrisamiento del cielo se siente como una premonición. Todo es absolutamente descorazonador e inquietante. Los finitos humanos en el gigantesco campo de golf apocalíptico. Las nubes, el viento, el granizo, todo se hace presente en su nueva entidad de “cosa que en diez minutos no existe más”. Desde el desayuno sin convicción a los caballos silenciosos, todo resulta casi nostálgico. Era nuestro planeta, malditos sean. El aprovechamiento del espacio y tiempo apocalíptico saca la mejor poesía destructiva de Von Trier. Cuando renuncia un poquitito al efectismo más barato (como la superproducción de imágenes en el prólogo o en la escena en la que el fin del mundo prácticamente se coge a Kirsten Dunst, o la espantosa banda de sonido) demuestra que es capaz de montar los paisajes más verosímilmente cataclísmicos.
Finalmente, ni su wikipedia, ni su alambre para medir planetas, ni sus pastillas, ni toda su ilimitada buena voluntad pueden evitarle a Claire el fin del mundo. Justine, antes del final, le reprocha el intentar hacer del último día, otro tonto ritual cristiano. Le dice “yo sé cosas”. Como si el fin del mundo fuera el gran “te lo dije” de los cínicos. Pero creo que hasta Von Trier se cansa de tanto cinismo y en el último plano surge un pequeño gesto hacia la humanidad. Quizás signifique que Lars se está ablandando, o quizás sólo le aterrorice pensar que si efectivamente el mundo desaparece, sus películas, cual árbol en el bosque, ya no puedan escandalizar a nadie.

1 comentario:

Anónimo dijo...

la espantosa banda de sonido que decís, es wagner.