Tras un par de cortos, Peter Strickland debuta con el largometraje Katalin Varga, una crudísima historia de venganza: Katalin es desterrada por su esposo al enterarse que Orbán no es su hijo, sino el producto de una violación. Katalin y Orbán salen a buscar al responsable, en busca de redención. El paisaje de Transylvania se encargará de que el viaje no sea sencillo.
Como bien resume la reseña del catálogo del Festival de Mar del Plata, "al debutante Strickland sólo le hace falta una pequeña historia previa, un monólogo, tres personajes y un bote para desarrollar una envidiable construcción de arrolladora fuerza cinematográfica". Efectivamente, Katalin Varga es una película desoladora, no sólo por lo visceral de la premisa y lo crudo de su desarrollo, sino por ese cuidado -cuidadísimo- trabajo artesanal en cada área técnica, especialmente el sonido, cuya impresionante y detallista construcción se llevó un premio en el Festival de Berlín. Peter Bradshaw en The Guardian concluye su crítica con la frase "Este es una película que se ilumina desde el interior con su propio, terrible secreto".
Ante todo, Strickland es un cinéfilo y un melómano, citando películas y discos todo el tiempo, asegurando que Katalin Varga fue concebida al ritmo de The Cure, Suicide y la banda sonora del Nosferatu de Herzog, por Popol Vuh y Shadows of Our Forgotten Ancestors, de Sergei Parajanov y Night of the Hunter, de Charles Laughton. No se pierdan Katalin Varga, háganse el favor.
Berberian Sound Studio tiene, también, sus influencias y su prehistoria. Y su origen más profundo: hace unos quince años que Strickland es parte de una agrupación llamada The Sonic Catering Band, en la que utilizan todo tipo de sonidos provenientes de la cocina para hacer música concreta, avant garde, distinta. El Sonido -así, en mayúsculas- es, entonces, una obsesión impresa en la esencia artística de Strickland, hervida a fuego lento, así como también su interés cinematográfico, ambos bien explicitados en esta entrevista.
BSS empezó, con "Visage", una obra sonora experimental concebida en colaboración por la cantante y performer norteamericana Cathy Berberian y su marido Luciano Berio, compositor italiano, fundador del estudio de grabación Studio di Fonología (sí, entre Cathy y la Fonología sale el nombre de la película). Los veinte minutos de duración de Vusage bien podrían vivirse como un viaje al interior de una pesadilla de inenarrable horror. Guarda con avance del avant-garde:
Obviamente, de allí surge la idea de trasladar esta particular forma de expresión musical y sonora al cine, y ¡qué mejor contexto puede haber para hacerlo que el giallo! ¿Qué qué es el giallo? Bueno, como dice Wikipedia "es un subgénero cinematográfico de origen italiano, derivado del thriller y del cine de terror.
El nombre de "giallo" (amarillo en italiano) se debe a que algunas de estas películas están basadas en los argumentos de una colección de novelas policíacas, editadas en la década de 1930 en Italia, cuyas cubiertas eran de ese color". Para simplificar, un hermoso compilado de los clichés del giallo, de la A a la Z:
El giallo puede llegar a ser pura estridencia visual y sonora: colores fuertes -o virados totales- encuadres casi imposibles, lentes deformantes, chirridos, obsesivos punteos musicales, etc. Un festival de sensaciones, acompañando todo tipo de excesos humanos, sexuales, criminales y demases.
BSS es el resultado de la suma de ambos universos: la experimentación musical y sonora y la parafernalia visual, a los que se les suma el amor por los fierros, por la -vetusta- tecnología. Así es como llegamos a Gilderoy, ese impagable pusilánime interpretado por Tobey Jones, un sonidista de antaño, especializado en mezclas de bandas de sonido y foleys -recreación de ruidos, ruiditos, bordoneos, rasguidos y lo que sea-. Gilderoy es convocado para trabajar en la banda sonora de "Il vortice equestre", un giallo dirigido por Santini, un imaginario prohombre del género, comparable a un Darío Argento. Por supuesto, lo que empieza siendo un simple trabajo se terminará transformando en una pesadilla para el pobre Gilderoy, acosado por sus nuevos compañeros de trabajo, incluido el operador cuyo rostro nunca vemos, sólo sus manos enguantadas en cuero negro...
Párrafo aparte para la banda sonora, compuesta por los británicos Broadcast, antes del triste fallecimiento de Trish Keegan el 50% del grupo.
BSS no es una película de terror, así como tampoco Katalin Varga es, simplemente, un drama. Pero sobrevivir la experiencia es algo recomendable para quienes busquen otras formas de entender el cine. Para ponerlo en términos cinematográficos, BSS sería un buen equivalente a una road movie, en la que lo importante no es el destino final, sino el viaje en sí mismo.
Es realmente vigorizante encontrarse con directores que entienden de manera cabal los alcances de las comúnmente vilipendiadas bajas expresiones cinematográficas, como el cine de terror, llevando toda su impronta hacia un terreno de arriesgada revalorización, alguien que puede sugerir que Amer la genial ópera prima de Hélène Cattet y Bruno Forzani, parece un giallo filmado por Kenneth Anger, por la sustracción de líneas argumentales y la apuesta certera a la creación de climas, algo de lo que Peter Strickland sabe mucho...
Bonus track 1:
Una particular velada con los actores de BSS, soltando toda su estertónea imaginería sonora al finalizar una proyección, el año pasado en Budapest.
Bonus track 2
Cathy Berberian se despacha con Stripsody, una maravilla de la casi locura musical, vean.
Bonus track 3
El mejor final siempre es el comienzo: la hipnótica secuencia de títulos de "El vórtice equestre".
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