Todo se repite en la obra de Hong Sang-soo. Personajes (casi siempre directores de cine o profesores relacionados con el arte), las tramas (hombres – dos, la mayoría de las veces- arrastrando sus problemas sentimentales y existenciales, enfrentados al amor o desamor de una mujer), las situaciones y hasta ciertas imágenes (hombres con mochilas, caminatas, largas conversaciones, bares en donde se bebe y come copiosamente, pero sobre todo se bebe, calles con nieve, borracheras). Ver estas reiteraciones como un defecto o limitación, es un error. Se sabe, alguien ya lo dijo, los malos directores tienen demasiadas ideas, los grandes, sólo una.
Aquí, las variaciones son las siguientes: un director de cine vuelve a Seúl después de pasar unos años en EUA, en busca de un amigo a quien no ve hace tiempo. Más tarde, en un bar, mientras conversan y beben (soju, claro), recordaran a un antiguo amor compartido y decidirán ir a visitarla. Después de idas y vueltas, geográficas y en el tiempo, el final encontrará a uno de los personajes masculinos, sólo, en el medio de la calle, paralizado en algún lugar entre el presente, el pasado y el futuro. Su única esperanza de abandonar ese estado, quizás, sea la que indica el título.En este, su quinto film, se confirma una sospecha: es imposible que Hong Sang-soo dirija una película mala.
(Una versión reducida de este texto fue publicada en el catálogo del BAFICI 15).
Marcelo Alderete
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